Permítame que le felicite por su 250 cumpleaños. A sabiendas de su personalidad indómita y de recibir calificativos como antisocial y huraño, el mundo sigue felicitándole. Imagino que la obsesión de su padre por convertirle en un nuevo Mozart, las adicciones familiares al alcohol y su primer maestro bruto y torpe acapararían a buen seguro su día a día. Aún así, con una infancia poco feliz, ha logrado perdurar hasta hoy en día entre melodías electrónicas facilonas. Quisiera también agradecer ese ejemplo de superación frente a limitaciones físicas que superó gracias a su imaginación e inteligencia. Hay que retomar las palabras de los conocedores que señalan a su Novena Sinfonía como invitación a la unidad en tiempos tan complicados. Su poder puede unir lo separado bruscamente por las coyunturas. Desde donde esté, siga buscando y ayudándonos a encontrar la renovación que esta sociedad, a mi modesto entender, precisa.