Volvemos a ser prisioneros de manera preventiva e indefinida. Presos, tras meses de continuas entradas y salidas a prisión, nuevamente, y sin apenas ingerir la última dosis de libertad. Presos, como si todos esos cambios no dejaran secuelas en las emociones, en la percepción de la Justicia, del Derecho, y, del sistema. ¿Cómo apelar a la empatía, al compromiso de la ciudadanía y del Estado? Pongamos, de ejemplo, un procedimiento penal. A una persona, entidad, etc. se le acusa, investiga y, de existir pruebas suficientes, se le juzga. Se condena si es responsable o existen indicios para ello. El reo cumple su pena, gozando de atenuantes por buena conducta, y, es puesto en libertad siguiendo un modelo que aspira a la reinserción. Extrapolemos este caso a la hostelería. Meses ofreciéndonos casa por cárcel, privándonos de libertad y rebajando la tensión de la pandemia con pequeñas dosis de calmantes denominados “ayudas”. No necesitamos más paliativos, a quienes leen estas líneas les pedimos que nos dejen vivir, continuar respirando. Transmitan a la sociedad un mensaje de confianza en el sector y en su reinserción. La hostelería ya no es foco de atención ni de infección. Ya ha cumplido condena y está preparada. No usen nuestra vuelta continua a prisión como solución, como tranquilizante social de quienes necesitan ver medidas para sentirse más seguros. No al menos mientras sigan realizando eventos culturales y sociales cuya eficiencia en la prevención está lejos de la nuestra. El virus del