Érase una vez una mujer en cada palmo de la tierra conocida que vivía subyugada por la esclavitud del patriarcado. Solía obedecer cada mandato, recibía en sus carnes cada golpe, lloraba en silencio cada humillación y, aunque pretendía guardar su cuerpo del acoso, era imposible, porque sabía que en cualquier momento podría ser violado y ultrajado por la brutalidad cultural. Vivir en la violencia era lo natural y así se transmitía esta maldita herencia, de madres a hijas, de padres a hijos, consumándose la continuidad. Hasta que un día la mujer no quiso sufrir más, se enfrentó a todo y a todos y se unió en los caminos con más voces heridas para gritar basta ya. Este cuento no tiene final. Por eso no es un cuento. Cuando ustedes quieran, pueden buscar un final satisfactorio. Lo dejo en su conciencia.