Uno va entrando en esta otra etapa de la vida. Los científicos nos dicen que un poco antes de los 40 años entramos a la baja de nuestra vida física. Reconozco que todo esto es discutible. Las edades no son excluyentes, solo son sucesivas. Y en la última etapa de la vida lo que debemos hacer es una buena recapitulaci ón, una síntesis madura de todos los proyectos de nuestra vida. Que los últimos años de nuestra vida sean como una atalaya desde donde se pueda entender mejor el pasado, se pueda vivir con más realismo el presente y se pueda otear el futuro con más lucidez. No entendamos la vejez como un pozo negro y deprimente, sino como un torreón atrayente y lleno de luz desde el cual se divisan amplios horizontes. Aunque con los años el futuro se va achicando, es clave no sólo vivir del recuerdo sino cargar las pilas de la esperanza. Renunciar al futuro significaría renunciar a la esperanza y sin esperanza no se puede vivir. Son claves el envejecimiento activo y el envejecimiento activista. Es importante ser útiles para algo y, sobre todo, importar a alguien. Bien sé que ante el COVID-19 que vivimos es difícil mirar con esperanza al mañana, pero sin esperanza no se puede vivir. Son breves reflexiones de este pasado 1 de octubre, Día Internacional de las Personas Mayores.