María del alma mía, ser privilegiado de la naturaleza, forjado y rematado por el trabajo y el esfuerzo por la perfección. Garganta de los dioses, melodía del universo, dulce piano de los mares de Grecia, me duermo en tu sonrisa, en tus largos dedos y en tu cabello negro, en tus ojos grandes, en tu boca grande y en tu voz dulce y fuerte como una ciruela tan madura como el almíbar. Abeja griega de los muros del Monte Athos, naranja amarga, almendra amarga, oliva verde de aceite puro, brisa y mar sin final. Escultura de piedra y mármol eterno, pliegue de seda y lana, columna y capitel, te adoro como a un dios de andar por casa. No quiero saber quién ni cómo compusieron esas tus canciones, porque la belleza está cuando las modulas tú. Déjame que te cante morena con mis pobres letras como si fueras la novia de la música que me gusta escuchar y bailar en el prado y en la mar, madre de la vida, como un violín lento y dulce. María, te espero en el ocaso.