En un contexto jurídico-judicial que estrecha el cerco en torno al expresidente de EEUU, Donald Trump, éste ha acusado al “Estado profundo” de las investigaciones judiciales contra él. Con un discurso incendiario, pero sin llegar a la apelación directa a la violencia, Trump ha evocado de nuevo el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, ha rendido explícito homenaje a quienes participaron en el mismo y ha asegurado que “probablemente, soy el hombre más inocente en la historia de nuestro país”.

Entre atónitos, conmocionados y avergonzados. Así vivió una gran parte de la ciudadanía estadounidense la expresión de violencia política desatada en el asalto al Capitolio. En el período previo a las elecciones presidenciales estadounidenses ya se previó que el riesgo de violencia poselectoral era muy alto, y esas predicciones se hicieron realidad cuando miles de manifestantes pro Trump irrumpieron en el Capitolio de los Estados Unidos en un acto sin precedentes, cuando el Congreso estaba a punto de ratificar la victoria del presidente Joe Biden.

¿Cómo pudo llegarse hasta ahí?; ¿cómo es posible desmoronar así los cimientos de una democracia aparentemente sólida? Solo es posible responder a ambas cuestiones si ponemos el foco o la atención cuatro años atrás. El edificio de la convivencia es mucho más endeble de lo que parece. Su debilidad deriva de que siempre está en construcción. Hay que protegerlo, cuidarlo, mantenerlo. La lección que cabe extraer de todo ello es que no hay conquista de la modernidad que no sea reversible, por segura que parezca, y que si no cuidamos los grandes consensos y los valores inherentes a la convivencia siempre estará latente el riesgo de quiebra de la misma.

Uno de los indicadores más peligrosos de la violencia electoral fue la tendencia permanente de Trump a usar el poder ejecutivo como un púlpito intimidatorio para alimentar divisiones y sembrar el caos. Ciertos elementos emergieron constantemente como líneas rojas que indicaban la posible emergencia de violencia electoral: un electorado polarizado, fuentes de información altamente partidistas y la existencia de ciudadanos armados y milicias con fácil acceso a las armas.

No hay nada más profundamente antidemocrático que lo que ocurrió en EEUU hace dos años: Trump rompió todas las reglas de juego democráticas. Optó por rebelarse, utilizando como esbirros a su acérrima cohorte de seguidores, frente a un pilar democrático clave: en virtud de las elecciones quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos; quien está en el Gobierno se ve obligado a anticipar esa amenaza. En ese momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidar, que la política no da más que oportunidades a plazos.

¿Qué hacer ante relatos, como los de Trump, construidos sobre bases falsas, relatos inventados desde el populismo galopante que nos sacude?; ¿Cómo combatir el cinismo dialéctico de quienes quieren construir un modelo de sociedad asentado sobre falsedades?

Trump acuñó hace un modelo de hacer política que está siendo imitado (entre otros, por Vox) basado o centrado en la confrontación; ha polarizado hasta el extremo la sociedad americana y también al propio Partido Republicano, convertido casi en un partido antisistema: buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, “ser o de los míos o mi enemigo”. Este tipo de dialéctica de confrontación parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba, tarde o temprano, volviendo en contra de quien la exhibe.

¿Cómo combatir esta ola de populismo? sin caer en su provocación, pero sí confrontando cívicamente mediante el debate sobre ideas, sobre sociedad, sobre convivencia, sobre diversidad, sobre ciudadanía. El antídoto no puede ser más populismo, sino responsabilidad compartida entre políticos y sociedad civil. Debemos aprender la lección. Nos va mucho en ello.