Tal y como estaba anunciado, el Alderdi Eguna del pasado domingo supuso el pistoletazo de salida del proceso de renovación del PNV. Se avecinan momentos interesantes que la ciudadanía seguirá con interés, ya que se trata del partido político vasco más importante del último siglo. No hace falta ser ni militante ni votante de los jelkides para aceptar tal hecho con naturalidad. Empiezan ya a asomar reflexiones de afiliados sobre el futuro de la organización. Algunas de mucho interés, otras no tanto. Pero sobre todo, faltaría más, comienzan las quinielas y las especulaciones en torno a los nombres. En el fondo es lo que más morbo nos da.

Ciertamente, con sus carencias y sus defectos, es el PNV uno de los partidos que con más transparencia traslada a la ciudadanía el transcurrir de sus procesos internos. Recordamos con añoranza aquellas votaciones internas batzoki a batzoki, que diariamente aparecían en los periódicos y leíamos con afán como si fuera la cartelera de la página de pelota. También es un partido que puede exhibir en su cuenta de resultados movimientos de las bases que no siempre han coincidido con lo deseado por sus direcciones, lo cual es siempre saludable. Sin ir muy lejos, una de las actuales estrellas emergentes del partido fue elevado recientemente al Parlamento Vasco por la afiliación alavesa, trastocando los planes iniciales de los burukides.

Saben perfectamente cuáles son sus retos de cara al futuro y las desviaciones que deben corregir. No suele ser la fase del diagnóstico la más difícil de superar. Pero tengo para mí, que una de las labores descuidadas entre sus gentes es el lamentable apartamiento al que han sometido a su propia historia, sobre todo algunas incorporaciones no muy interesadas en desempolvar los libros de la biblioteca de su batzoki. Si es que van. Algo estará cambiando si caen en la cuenta de que Agirre e Irujo no son solo pelotaris navarros, Landaburu un simpático periodista de Zarautz y Rezola una fábrica de cemento.