Perseguir, someter a un escrutinio tan asfixiante como injusto a una persona solo porque es la esposa de un presidente a quien se odia, resulta repugnante; defender, proteger a una persona solo porque es la esposa de un presidente a quien se venera, también. Denunciar en tales circunstancias la práctica vomitiva de ciertos medios de comunicación de la derecha carpetovetónica resulta necesario; criticar que otros medios, en teoría más sensatos, adquieran una actitud acrítica y lisonjera hacia el amado líder, también. Alzar la voz cuando se percibe que las cloacas judiciales actúan de manera insidiosa contra los propios resulta valeroso; haber actuado de igual manera cuando los acosados eran otros, también lo habría sido. Pero no sucedió. Es más, los actuales plañideros participaron de la juerga, incluso a las puertas de otras citas electorales.
No es esta una actitud equidistante. Sabe uno muy bien a qué lado de la trinchera se sitúa en este irrespirable clima de polarización extrema. Malditas trincheras. Pero permítannos que no comulguemos con ruedas de molino. Déjesenos opinar con libertad que lo que rodea a la protagonista de las noticias de estos días no nos parece muy normal. Y que, con los datos que tenemos ahora encima de la mesa, el tema no nos huele bien. Que nos rebelemos ante quienes nos quieren hacer creer que no habrá pasado nada si en la vía penal se agota la historia sin juicio ni condena. Que lamentemos, por último, que las fuerzas políticas que apoyan al presidente epistolar no terminen de distinguir muy bien entre lo que significa blindar un gobierno aún necesario y renunciar a una mínima labor de control. Dejando el campo libre, esto es lo más preocupante, a una peligrosa derecha que a veces, algunas veces, puede incluso tener algo de razón. Quién sabe.