Ya me perdonará el jesuitismo que me apropie de su lema, pero no encuentro mejor opción para describir la frenética actividad que han desarrollado durante estos días los lisonjeros y plañideros socialistas, incluida su ramificación mediática. Ad Maiorem Dei Gloriam, han debido de pensar, pero sustituyendo al Dios de los cristianos por otro apellidado Sánchez. Emulando a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, diríase que ahora el militante es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Pedro su señor. Ha resultado difícil no sentir vergüenza ajena observando este patético show, en el que hasta Almodóvar ha aportado su dosis melodramática, más bien cursi.
Todo ello, porque a un megalómano habitualmente reñido con la verdad se le ha ocurrido que todo el mundo debe bailar a su compás y que sus (supuestos) estados de ánimo son dignos de paralizar la actividad política y trocar la mediática. Se siente también con el derecho de dinamitar la campaña catalana en beneficio propio. En definitiva, todo lo que ha hecho durante este peculiar jubileo no ha sido más que una inmensa patochada para sacar tajada. Tal vez habrá conseguido algún rendimiento inmediato, pero tiene motivos de preocupación: han emergido en sectores afines voces opinando que se ha pasado de rosca. Es más, las anunciadas movilizaciones multitudinarias pincharon con estrépito.
Ciertamente, nos encontramos ante un inmenso problema, con una derecha carpetovetónica asaltando pilares de la democracia. Debe el bloque que sostiene al gobierno poner pie en pared y acordar medidas para contrarrestar el vomitivo asedio político, judicial y mediático. Pero, a su vez, los aliados deben advertirle a este fatuo endiosado que a su juego no juegan más. Y que para la anunciada regeneración, basta con arrancar con lo prometido tiempo atrás. El primer toque de atención de sus propios socios bien podría ser un reproche en sede parlamentaria sobre las barrabasadas del CIS. Así también se cierra el paso al facherío.