Como es lógico, tiene uno entre sus amigos y conocidos a no pocos seguidores del Real Madrid, que además hacen gala de ello. Nada que objetar, faltaría más. Abundan por estos lares, sin embargo, quienes siendo más merengues que Florentino, tratan de ocultar su amor por el club alegando –ruborosos ellos– que en realidad quieren que gane porque, casualidad, juega en el equipo algún jugador que admiran por encima de todo. No deja de ser milagroso que durante décadas siempre se vista de blanco su futbolista favorito del momento.

Parecidos ejercicios de funambulismo realizan habitualmente infinidad de sedicentes republicanos que, sin solución de continuidad, apoyan con fervor al rey, príncipe o princesa del momento. Desde que alguien acuñó décadas atrás aquello de ser republicano pero juancarlista, burdo oxímoron, siempre encuentran motivos para rendir pleitesía a una monarquía históricamente corrupta. Ítem más, la blindan desde las instituciones, guardando bajo secreto sus fechorías, impidiendo el control democrático de sus felonías. Ciertamente, resulta extraño tal republicanismo.

Definitivamente, se hacen más respetables aquellos monárquicos que reconocen serlo y ejercen de tales con sus empalagosas lisonjas y pintorescas reverencias. Aquellos que se erigen en validos del rey de turno, que no válidos. Siendo su ideología carpetovetónica y su retórica ampulosa, por lo menos no pretenden engañar. A veces, incluso, ofrecen escenas cómicas, rayanas en el surrealismo berlanguiano. Lo que no hace gracia, más bien produce una inmensa desazón, es la actitud borreguil de quienes nunca se cansaban de decir que defendían lo contrario. Hicieron bien los grupos parlamentarios que no acudieron a la parafernalia real del martes; día de Halloween, qué casualidad. Pero en esta especie de truco o trato al que están jugando en las negociaciones para la investidura, sería deseable que, también en la cuestión que nos ocupa, apretaran un poco más.