Existen partidos políticos centenarios que gozan de buena salud. Otros que se han ido refundando a lo largo del tiempo en función de las necesidades. También algunos que perduran solo a título de inventario o aquellos que han sido fagocitados bajo un tramposo ejercicio de fusión. Las organizaciones que desaparecen se cuentan por decenas, pero no todas lo hacen por idéntico motivo: lo habitual es que cierren la persiana tras sonoros fracasos –algo sabemos de ello–, pero hay quien puede alardear de hacerlo precisamente por lo contrario, por muy paradójico que nos parezca.

Abertzaleen Batasuna (AB) es un claro ejemplo de esto último. El partido de Iparralde, nacido como coalición en 1988, ha decidido que es el momento de que sus gentes se vuelquen en la marca que impulsaron, EH Bai, tras cuya exitosa irrupción en la vida electoral e institucional en los tres territorios de la Euskal Herria continental considera que AB no tiene ya razón de ser. Su trayectoria no ha sido precisamente fácil, ya que ha padecido en su seno escisiones y deserciones, pero su militancia puede decir con orgullo que los objetivos que se marcaron están haciendo un fructífero camino. La decisión de disolverse se asemeja en cierta medida a la que tomó en su día el partido con el que estuvo hermanado en Hegoalde, Aralar.

La pujanza de EH Bai y la revitalización de los jelkides de la mano de Peio Etxeleku, son dos datos que nos ilusionan a muchos de nosotros. Desde luego, parece obvio que algo está sucediendo en la vida política de allá, y no solo en el seno de las fuerzas aber-tzales. Es una lástima que aquí, tanto la ciudadanía como los medios de comunicación estén más interesados en la batalla por la alcaldía catalana de Santa Coloma o la gobernación de Pennsylvania que en conocer la relación de fuerzas en Baigorri. Pero no perdamos la esperanza, tal vez algún día una parte importante de los vascos peninsulares sabremos que las siglas AB no solo se refieren al mejor club de Rugby de Lapurdi. Perdónenme los seguidores del BO.