La victoria de Lula, más ajustada de lo previsto y deseado por quien esto escribe, ha traído consigo una serie de análisis realizados con brocha gorda, sin trazos finos. Destaca entre ellos la rotunda conclusión de que el mapa de Sudamérica vuelve a teñirse de rojo de manera abrumadora. Color que también ondea más al norte, añaden algunos citando a países como México y Nicaragua. Leída a botepronto puede ser considerada como una verdad inapelable, pero no deberíamos dejar pasar por alto ciertos matices, aunque su exposición incomode a los más entusiastas.

Que Lula ha alcanzado la victoria apoyado por sectores centristas y derechistas es un dato objetivo; que en el resto de la cita electoral (gobernadores, senado, congreso) a la izquierda le ha ido mal, también. Son recientes las elecciones presidenciales de Chile y Colombia, donde los candidatos ganadores tuvieron que moderar sus discursos de manera radical. Los inicios de mandato de Gabriel Boric y Gustavo Petro caminan por esa senda, más si cabe el del primero desde el fracasado plebiscito constitucional de septiembre. No se requiere ser un experto en política internacional para constatar que los posicionamientos absolutamente críticos de ambos con los gobernantes de Venezuela y Nicaragua hacen difícil que los encuadremos en la misma familia política. Por ejemplo.

El espectro de los colores en función de la longitud de onda es tan amplio que a veces se presenta complicado enmarcar a varias de sus variantes en la misma denominación, el rojo en este caso. Es lo que sucede en la política, también en Sudamérica. En casos como el peronismo, además, resulta para muchos difícilmente digerible otorgarle tal denominación cromática. Quienes colorean mapas y redactan llamativos titulares con tanta alegría deberían tener un poco más de cuidado, porque luego aquí a algunos les llegan los disgustos y comienzan a preguntar confusos a su alrededor si aquel cuya victoria celebraron meses atrás no era de los suyos.