Esta semana fue la entrega de los premios musicales Grammy y el momento cumbre de la noche –amén del primer premio de su exitosa carrera a la brillante y carismática Miley Cirus– fue sin lugar a dudas la actuación de Tracy Chapman interpretando su maravilloso Fast car, a dúo con el cantante de country Luke Combs y con gente a los instrumentos como el colosal Larry Campbell, guitarrista de Bob Dylan durante muchos años. El caso es que Chapman salió y desde los primeros y reconocidísimos acordes de su fantástico tema de 1988 –que habla de una mujer pobre que sueña con irse con su pareja en un coche y dejar la vida que lleva– la sala se vino abajo, al punto que la sonrisa de Chapman fue una constante a lo largo de toda la actuación. Hacía muchos años que a alto nivel no se sabía nada de la cantante negra, que se hizo mundialmente famosa a finales de los ochenta con su primer álbum y los subsiguientes, hasta caer en el olvido mediados los 90 con la llegada de toda aquella hornada de grunge y rock que terminó por descabalgar a gente folk como ella misma o Tanita Tikaram, por ejemplo. Pero, por lo que se vio, la industria no ha olvidado sus temas y el aullido comunitario nada más comenzar el tema es de los que ponen los pelos de punta, puesto que la canción bien merece un reconocimiento así. Viendo aquello la idea que se me quedó es la increíble cantidad de buena música que se generó también en los 80 y quizá la carestía de la misma que existe en la actualidad. O al menos de la música entendida como letra y melodía curradas fracción a fracción como una obra de arte y no como churros con bases rítmicas casi idénticas, voces malotas copias unas de otras y letras que, salvo excepciones, son para echar a correr. Ya sé que es lo habitual que cuando uno envejece deteste la música actual y que es un tópico, pero, ¿a ver si esta vez vamos a tener de verdad razón y no es un cliché?