Mucho más allá de su figura de bebedor extremo, Shane MacGowan fue una voz inigualable al frente de los míticos Pogues. Esas canciones cargadas de épica, de juerga, de letras como puñetazos, de nostalgia, esos Dirty Old Town, o Fairytale of New York, o Thousands are Sailing y un buen puñado más son obras maestras de la música que perdurarán en bares y casas de millones de personas mucho después de que hayamos muerto. La magia de MacGowan como compositor y su altura como intérprete están fuera de toda duda, más allá de que, efectivamente, en muchas tardes sus claros problemas etílicos le jugaran malas pasadas en varias temporadas. Lo vi por primera y única vez en 1997, en Londres, sustituyendo a Bob Dylan –que le adoraba: “Siempre ponemos Fairytale en Navidad, significa mucho para nosotros”- en el Fleadh Festival con los Popes, una banda que formó tras los Pogues, a los que luego volvió en el siglo XXI. Le costó un buen rato cruzar el escenario y llegar al micro, pero, una vez allí, con su inseparable vaso en la mano, desplegó su indudable capacidad, más allá, millas más arriba, de su imagen de eterno bebedor. Desde hace ya casi una década, desde que una caída le fracturara la pelvis y varios huesos más, MacGowan ha sido un espectro de sí mismo, casi incapaz de manejarse por sí solo, casi siempre en silla de ruedas, y en muy pocas ocasiones acudiendo a algún concierto. Hace casi seis años se celebró uno homenaje por sus 60 años y una de las interpretes fue la también este año desaparecida Sinèad O’Connor, buena amiga de MacGowan. El You are the one de O’Connor en ese homenaje pone los pelos de punta, y compendia el inmenso talento de dos de los mayores genios de la música de los últimos 35 años en una isla cargada hasta los topes de glorias musicales. Todos, sin excepción, supieron de la altura musical de la leyenda que nos dejó el jueves.
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