Van Morrison ha adelgazado, bastante. Ya no es el aquel muchacho orondo con traje de tergal que daba patadas al aire en el 76 o aquel señor con papo y sombrero del 97, ahora es un venerable músico de 78 castañas que ha perdido 20 o 30 kilos pero apenas nada de su voz, una de las voces legendarias de los últimos 60 años. ¿Cómo es posible? Tampoco se entiende el estado de forma de Neil Young, que continúa con su tono de falsete idéntico al de finales de los 60 y primeros 70, bien en acústico o bien con sus queridos y eléctricos Crazy Horse. 78 años también. 82 tiene Dylan, que anda por su concierto medio millón, esta noche pasada en Akron, repasando su último disco y de vez en cuando haciendo versiones de las estrellas locales de las ciudades que visita. Los Stones acaban de sacar nuevo disco y aunque ya no esté Charlie Watts, es más que evidente que el pacto con el diablo de Jagger (80), Richards (79) y de un Wood (76) con varios cánceres y muchas adicciones superadas sigue funcionando. Eric Clapton (78) mantiene su magia en las cuerdas de la guitarra y su peculiar voz, con la que en esta gira está homenajeando a su amigo Robbie Robertson -de The Band, fallecido en verano- interpretando varios de sus temas. Los rockeros nacidos en los años 40 siguen en la brecha siendo ya octogenarios o casi, mirando tal vez como faro a ese Willy Nelson que continúa subiéndose al escenario pasados los 90. Recuerdo en que los 90, cuando surgió el grunge, todos estos ya eran considerados dinosaurios, cuando andaban pasados los 40 y alguno con 50, así que ahora directamente podrían considerarse casi el mismísimo Big Bang o disparos divinos, que diría aquel otro. Lo curioso del tema es que todos ellos han demostrado con creces que la magia de la música, si es buena, permanece y aguanta perfectamente el paso del tiempo. Antes se creía que pasados los 50 había que irse a casa.