Llevo consumiendo millones de horas de deporte televisado aproximadamente desde 1979-1980, algo que, por otra parte, no me distingue de otros muchos, lógicamente, igualmente enfermos de la cosa. Así que este bagaje nos permite sin ningún género de dudas reconocer a miles de kilómetros de distancia a un deportista fantasma y tóxico de aquel que no lo es. Vinicius lo es. Como lo eran Hugo Sánchez, Buyo, Cristiano Ronaldo, Neymar, Meneghin, Laimbeer u otros muchos. Deportistas fantásticos que a pesar de su calidad tenían un carácter o faltón o engreído o peligroso o todo junto. No hay más vueltas que darle, ni hay que hacer una tesis acerca de Vinicius para darse cuenta de que al margen de su juventud en esa cabeza bullen formas de ser que tendrá él mismo que manejar para no acabar convertido en un estandarte de la bajeza y hasta de la comedia bufa.

Que seas un tremendo jugar de fútbol, que juegues en el equipo favorito de los medios, que metas muchos goles y des muchos pases no te va a librar de que cuando haces el memo lo vea todo el mundo y todo el mundo lo procese en el mismo sentido. Hay que protegerte -a ti y a todos- de las patadas y de los insultos, pero a ver quién nos protege a los demás de tus provocaciones. Porque los espectadores –en el campo y en casa– también somos parte de esto y los que os hacemos millonarios con nuestras entradas, camisetas y contratos con empresas para ver vuestros partidos. Tenéis también una responsabilidad con la gente que está en la grada y en casa, así que menos lanzar teorías conspiratorias y más asumir que uno no puede ir por la vida a 200 pulsaciones cada segundo encarándose con árbitros y rivales en casi cada jugada. Ni racismo ni gaitas. En el Madrid hay 8 negros. Ha habido unos 200 –por poner– desde hace años. Solo tiene problemas él. Es todo muy evidente y, ya digo, no merece más seso. Que espabile, que ya es hora.