"Me gusta el fútbol, los domingos por la tarde es la mayor de mis aficiones”. Así rezaba a ritmo de pasodoble el veterano spot televisivo que pretendía encontrar abonados para los partidos de pago de Canal+.
A mí también me gusta el deporte rey aunque de un tiempo a esta parte me genera demasiados ardores de estómago. Nunca fui como Oliver “un mago del balón” ni tampoco necesité que nadie me enchufara aludiendo a no se qué habilidades que no tenía.
Entonces los tuercebotas teníamos asumido nuestro nivel. Nunca recurrimos a los contactos o a los padres “managers” para seguir soñando con crecer en un escalafón futbolero sin hueco para los torpes. Al contrario de lo que ocurre hoy, eran tus propios progenitores quienes te decían las verdades del barquero “chaval, dedícate a otra cosa, esto no es lo tuyo”. Así de crudo, sin mentiras piadosas.
La gota que colma | Hiperpaternidad mal entendida
Talento sin presión. Una cosa es buscar lo mejor para tu hijo, potenciando sus habilidades y ayudándole a crecer complementando sus carencias; otra bien distinta es hacerle creer que es lo que no es. El afán de muchos por exhibir los futuros éxitos de sus niños les obliga a moldearlos sin atender a sus verdaderas capacidades, creyendo tener en casa a un Lamal o a un Messi. Padres con prisa por ver resultados, padres en permanente tensión hacia sus hijos, los árbitros y los entrenadores. Todos tenemos algún talento, tarde o temprano acaba saliendo, pero nunca bajo presión.
Ahora el fútbol base es otra cosa, es una delicia ver tantos críos corriendo detrás de un balón, socializando, asumiendo valores como el trabajo en equipo, el compromiso o la solidaridad, aprendiendo a perder, felicitando al rival y a ganar sin menospreciar al perdedor. Lecciones muy válidas para esa vida en la que a menudo les tocará hincar la rodilla. Todo es bucólico en la edad escolar hasta que entra en juego la competitividad y la obsesión por ganar a cualquier precio. En ese momento la felicidad por divertirse junto a los amigos puede llegar a convertirse en frustración insoportable.
Cuando los niños no están a la altura de las expectativas que ponen sus padres, lo que era una saludable alternativa extraescolar se convierte en una presión a veces inasumible. A los que llevamos años pisando gradas nos molesta escuchar a esos aitas helicóptero, porque hipercontrolan, sobrevolando sin descanso las vidas de sus hijos. Padres que se sienten entrenadores y representantes de unos niños que, muy a su pesar, nunca serán unos genios con el balón.