Revisando mis últimas reflexiones, observo que en cada una de ellas, y de diferente manera, advierto del peligro que supone el avance político, social y mediático de las derechas extremas, VOX y PP.

Las últimas encuestas nos indican dos elementos de alto riesgo: por un lado, la seguridad cada vez mayor de que su suma les daría para gobernar; por otro, que el peso específico de VOX sería creciente, hasta el punto de poder imponer sus condiciones al PP.

¿Qué supone eso? Que podemos dar por definitivo que entraría en un gobierno de coalición y que en el mismo tendría una importancia mayor, incluyendo la posibilidad de ver a Abascal como vicepresidente de Feijóo.

No sé qué pensarán quienes lean esta reflexión —sean de izquierdas, de centro, nacionalistas o incluso de derechas—, pero a mí, desde luego, se me eriza la piel según lo escribo, y no me veo viviendo en un país en esas circunstancias.

Cada mañana, al asomarme a la actualidad, observo una mayor crispación y un creciente escoramiento de las derechas hacia posiciones más extremas.

Los veo mucho más racistas, xenófobos, intolerantes. Un PP que antes era una derecha más o menos moderada aparece cada día más contagiado por el virus destructivo de VOX.

Todo lo que está ocurriendo con la inmigración, con el odio hacia quien viene de fuera, hacia el diferente —ya sea por raza, religión, opción sexual o ideológica—, es cada vez más excluyente y destructivo.

Me preocupa especialmente que ese virus esté afectando de manera más cruel a los más jóvenes, incluso a los más desfavorecidos.

Algo no estamos haciendo bien desde las izquierdas para que eso suceda. Y no observo que algunos, dentro de ellas, estén detectando las brillantes luces rojas con sirenas que nos advierten del peligro. Tampoco que quienes sí las observan den con la fórmula mágica para cambiar el sentido de la historia.

En las últimas horas, sin embargo, ha ocurrido un acontecimiento que me ha hecho recuperar un mínimo de esperanza y me ha supuesto un pequeño alivio.

Lo vivido este fin de semana con la Vuelta Ciclista a España, lo que se iba larvando a lo largo y ancho de la geografía del país durante estas tres semanas, ha estallado provocando que un sector de nuestra sociedad haya despertado de un largo sueño.

Ha tenido que ser, precisamente, a través de la solidaridad que una parte importante de nuestra sociedad —que hasta ahora la mostraba en petit comité— expresa con el pueblo palestino ante el horror de Gaza.

Con la condena mayoritaria frente al genocidio cruel que el gobierno de Israel, dirigido por un asesino en serie como Netanyahu, está perpetrando en ese lugar. Por cierto, televisado en vivo y en directo.

Y lo mejor de este caso es que no se trata de algo vinculado únicamente a la izquierda, sino que también se manifiesta en gentes de derechas o de centro, porque tiene que ver con un concepto moral superior: el respeto a los derechos humanos. Tiene que ver con la humanidad que cada cual tenga, y no solo con la ideología.

¿Es posible que lo ocurrido el domingo despierte conciencias? ¿Es posible que ese despertar logre enfocar el tremendo peligro de un gobierno de PP y VOX, hasta ahora en penumbra?

Podría ocurrir, pero para ello es necesario, imprescindible, que los progresistas no se equivoquen en el diagnóstico ni tampoco en el tratamiento, porque nos jugamos demasiado.

Me aterroriza escuchar ciertos mensajes, especialmente en dirigentes de Podemos como Belarra o Montero, que intentan aprovecharlo con fines electoralistas, cargando contra la otra parte de la izquierda.

A eso me refiero cuando advierto de no errar ni en el diagnóstico ni en el tratamiento.

No es así como se frena el peligro de unas derechas extremas.

Solo desde la unidad de acción y reacción de los sectores progresistas podemos evitarlo, y desde luego sin agredirnos entre nosotros.

Si queremos recoger el caudal de energía que explotó en Madrid y antes en Bilbao, o en las carreteras de Catalunya, Navarra, Asturias, debe ser desde la inteligencia y el buen hacer.

Por cierto, no quiero privarme de dar un ejemplo de argumento ante la extemporánea reacción de las derechas, como muestra del camino a seguir.

Los dirigentes del PP, Ayuso y Almeida, comparaban para descalificar la reacción solidaria con Gaza en las calles de la capital a Hamás con ETA.

Error. Y ya se sabe lo que decía Alfonso Guerra: “cuando el enemigo se equivoca hay que dejarle hacer”. Dejarle, sí, pero sin dejar de rebatirle con argumentos, añado yo.

¿Insinúan acaso que, en la época de los crímenes de ETA, para combatirla el gobierno español debió masacrar a la población vasca y navarra como hace Israel en Gaza? ¿Asesinar a miles de niños inocentes vascos y navarros? ¿Bombardear Bilbao y Pamplona?

Ante barbaridades, argumentos.

Pero volviendo al tema central. Nos quedan apenas 24 meses para las próximas elecciones, cuando corresponden. Hasta entonces, pacto de no agresión entre quienes tememos la llegada del fascismo. Unidad de acción al menos en lo fundamental; por ejemplo, en los necesarios presupuestos para 2026. Dejándonos todos “pelos en la gatera” para conseguirlo, incluso hasta quedarnos calvos, si es necesario.

En definitiva, priorizar el bien común de nuestra democracia para evitar que lleguen sus enemigos. Todo antes que eso.

Generosidad, audacia, habilidad.

Veremos…