Chocaba escuchar al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con sangre fría y mucho cinismo, afirmar que en Gaza la población no pasa hambre. Su afirmación se escudaba en un ejemplo que él mismo había interiorizado como cierto. Los palestinos detenidos, al tener que mostrar su cuerpo levantándose la camiseta para revelar que no portaban explosivos, mostraban un torso pleno, no esquelético. Desde luego, si fuesen cadáveres andantes, como ocurrió en el sitio de las ciudades sirias durante la guerra civil, el balance de víctimas sería no de miles sino de cientos de miles de gazatíes, aun así, tampoco son pocas… la frivolidad de Netanyahu no debería sorprendernos. Seguramente, consolará o hará que muchos israelíes se autoengañen. ¡Se está exagerando! Ahora bien, sólo hay que sumar dos y dos. La Franja de Gaza lleva unas 11 semanas cerrada a cal y canto, sin haber podido introducir un solo convoy de ayuda humanitaria.

¿De dónde creen que proceden los suministros diarios para los más de dos millones de gazatíes que la habitan? A la vista de los hechos, por mucho que dispongan de reservas tendrían que contar con enormes almacenes. Y no es así, salvo que estén bajo tierra, bien ocultos. Así y todo, las fuerzas israelíes siguen zarandeando a una población que va de un lado a otro sin rumbo. Eso significa que de ser ciertas dichas reservas, deberían llevarlas consigo en cada desplazamiento. Eso no ha sido así, claro está. Otra historia son los centros secretos de Hamás, de mafias o grupos que se aprovechan de la coyuntura para hacer fortuna. Eso, siempre, pero beneficia a muy pocas personas. En general, se admite que la situación es catastrófica. Las explicaciones de Netanyahu frivolizan sobre un contexto espantoso, que demuestra que no admite el infierno que ha desatado, pensando que son los propios gazatíes los que se lo han ganado. Es tremendo percibir tanta fría inhumanidad. Asimismo, ante la ilegalización de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio), cuyo papel humanitario ha sido y es fundamental tanto fuera como dentro de la misma Gaza, israelíes y estadounidenses idearon un nuevo proyecto. Constituir su propia organización para el reparto de alimentos, evitando así beneficiar al grupo terrorista. Dicho y hecho, hace poco más de un año se constituyó en Ginebra la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), una entidad privada y opaca, encargada de distribuir la ayuda. Poco más se sabe de ella, sin experiencia internacional, sin el aval de la ONU, únicamente se constata que se halla bajo gestión israelí, el mismo país que ha generado esta sombría realidad, el mismo que dice que los gazatíes no pasan privaciones.

El pasado martes, 27 de mayo, dio comienzo su primera prueba de fuego, iniciando el reparto de comida que acabó con la intervención del ejército hebreo. Como resultado de las avalanchas y disparos hubo 47 personas heridas. Según Hamás, fueron 10 muertos y 62 heridos. Sin embargo, desde la GHF se afirmó que el reparto había discurrido con total normalidad, completándose la entrega de 8.000 cajas (unas 462.000 comidas) en ese primer día. Ya ha anunciado que abrirá dos centros más y otros adicionales por Gaza. El fin de esta ONG privada es impedir que Hamás utilice la distribución de los alimentos en su beneficio. Y, de momento, sin llegar a reconocerlo, las primeras experiencias no le han ido bien, tanto es así que ha anunciado que llevará a cabo “ajustes” para mejorar su gestión. Atender a una población desesperada que aguarda como una tabla de salvación estas cajas de comida sólo puede derivar en tensiones.

En todo caso, la portavoz del Departamento de Estado de EEUU, Tammy Bruce, se daba palmaditas a la espalda, señalando que lo importante es que, por fin, está llegando a Gaza la ayuda que tanto necesita. Pero la pregunta que debería hacerse es: ¿por qué se ha llegado a ese límite? Para Philippe Lazzarini, comisionado general de la UNRWA, lo ocurrido el pasado martes era lo esperado. Anticipó lo que iba a suceder. Después de todo, según la ONU, Gaza requiere el suministro mínimo de entre 500 a 600 camiones para atender a la población, pero de momento, la que llega es muy insuficiente. Aunque Hamás advierte de que esta estrategia de delegar en GHF el reparto no es ayudar sino “beneficiar los objetivos políticos y militares” israelíes, es evidente que el mismo grupo se siente contrariado porque ha perdido esta baza. En todo caso, es muy desalentador constatar las posturas tanto de Israel como de Hamás, en el cinismo a la hora de utilizar el sufrimiento gazatí en su beneficio. Para Israel son ovejas que se pueden sacrificar justificadamente en aras de su cacería de lobos (los milicianos de Hamás); para Hamás, en cambio cualquier fin es adecuado para acabar con los israelíes, aunque eso condene a la inanición o a la muerte a miles de los suyos… Los gazatíes, hoy por hoy, no dejan de verse encaminados a un abismo, empujados por la intransigencia de unos y la brutalidad de los otros.

Por su parte, el resto de ONG que operan en el territorio se han quejado de las trabas que les pone el ejército para su entrada en Gaza, como World Central Kitchen (WCK), que vio como siete de sus colaboradores eran víctimas del fuego israelí. Las autoridades israelíes, como cabía esperar, lo niegan. El director de la Coordinadora de Actividades del Gobierno en los Territorios (Cogat), el israelí Ghassan Alian, afirmaba que ellos tienden la mano a toda organización humanitaria, siempre y cuando, matizaba, no difundan “información falsa e incorrecta sobre la angustia de los civiles”. El mismo portavoz de las Fuerzas de Defensa israelíes, Nadav Shoshani, por su parte, criticó con crudeza la postura de la ONU al destacar que se halla más preocupada por quién reparte la ayuda que por el hecho de que se esté evitando que Hamás sea el que la gestione… Entre tanto despropósito, los infelices gazatíes viven un desgarrador e infame calvario, mientras prosiguen las actividades de limpieza israelíes.