En estos agitados tiempos en los que vivimos, y en los que asistimos diariamente a procesos y circunstancias preocupantes, graves y peligrosas, que afectan tanto a la población como a las organizaciones de todo tipo, y en especial a las de carácter político y administrativo, de las que la ONU y la UE son un buen ejemplo, el concepto de los valores y su significado está adquiriendo un protagonismo relevante.
Basta con que nos fijemos en la herida Europa, especialmente en la UE, la de los 27, para encontrarnos con una referencia permanente a los valores europeos y su necesaria e imprescindible defensa.
Pero, ¿cuáles son esos valores? ¿Son exclusivamente europeos? ¿Existen en la vida real de los ciudadanos, o solo es una entelequia de los deseos, declaraciones y utopías? Vayamos por partes.
El término valores facilita una amplia base de conceptos y materias acerca de los cuales podemos establecer preferencia y evaluaciones. Por ello, conviene comenzar por definir de qué valores hablamos, y en este artículo, me referiré a aquellos que estructuran la convivencia social, independientemente del lugar dónde las personas desarrollen esa vida común y social.
Existen diferentes definiciones y acepciones de los valores, pero me quedo con la estructuración que la autora británica Josephine Quinn ha planteado recientemente. A pesar de ello, tengo que manifestar una pequeña discrepancia relativa a un enfoque de base. Los valores llamados europeos superan ese ámbito geográfico e, incluso, el concepto de Occidente, puesto que tienen una presencia y validez universales.
Considero que son valores universales porque guardan todo su valor, independientemente del lugar donde se apliquen, se definan o se asienten. Sea ello por convicción de los individuos que componen la población de un lugar determinado, por la sugerencia e impulso por parte de las autoridades lugareñas o por la imposición autoritaria de las élites correspondientes.
Citaré los cuatro valores universales y su definición, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE)
A) Libertad: Facultad natural que tiene el ser humano de obrar de una manera o de otra, y de no obrar.
B) Racionalidad: Dícese de las acciones y conceptos que se determinan o establecen por la inteligencia, por la razón, y no por los sentidos.
C) Justicia: Virtud y forma de entender y actuar inclinada a dar a cada uno lo que le pertenece o corresponde.
D) Tolerancia: Respeto hacia las opiniones o prácticas (legales) de los demás, aunque no estén de acuerdo con las nuestras.
Obviamente no realizaremos un estudio estadísticamente representativo para averiguar cuantos ciudadanos en nuestro entorno europeo conocen y comparten realmente estos valores. Pero sí emularemos al filósofo Diógenes el Cínico, el de la linterna que buscaba con ella un hombre justo en las plazas atenienses, para lo que sugiero al amable lector que realice una prospección o una reflexión personal sobre su entorno. Dudo que, vistas cómo se desenvuelven las cosas en estos tiempos, encuentre muchas personas coherentes en su práctica personal, social y profesional con los valores citados.
Mi opinión intuitiva sobre el tema es que, en el mejor de los casos, una minoría de la población universal se comporta de acuerdo con el contenido de estas cuatro pautas de conducta, el resto, es decir, la mayoría, no. Y hay demasiados ejemplos en la vida normal como para corroborarlo.
La situación en una parte del continente africano, parte de Europa, parte de América y parte de Asia, así como las soluciones que algunos líderes mundiales están pergeñando, tienen más que ver con la obtención de beneficios ligados a territorios, minerales y predominio en determinadas tecnologías, que en la difusión y aplicación real y mayoritaria de los valores definidos.
No sé cómo puede lograrse la reversión de ese poder bruto que estamos sufriendo, frente al control democrático de la aplicación de esos valores. Probablemente haya que modificar la esencia del ser humano.
Lo que sí sé, es que hasta que una parte mayoritaria de la población acepte que, para avanzar, cabal y realmente hacia una sociedad más equilibrada, en cuanto al acceso a los bienes y servicios que hoy aceptamos como básicos, y lo practique y exija a quien ejerce el liderazgo, no podremos minimizar las consecuencias negativas de la manera de actuar de los nuevos “césares autoritarios”.
Y, para empezar, habría que romper con la metodología y pedagogía negativas que determinados creadores ideológicos impulsan al amparo de los dominadores, sean propietarios o gestores, de las redes sociales virtuales.
Y esa ruptura se basa en la utilización críticamente selectiva de esas redes, desde el convencimiento de que esos dominadores roban y venden nuestras formas de comportarnos (hábitos de consumo, por ejemplo), sin nuestro conocimiento y autorización, haciéndonos perder nuestra dignidad como ciudadanos libres, y en su reemplazo paulatino e intenso por medios contrastables y fiables. Probablemente dicha ruptura dificultaría el auge de terraplanistas, antivacunas, y distorsionadores neuronales. Es decir, habría menos imbéciles agresivos y peligrosos.