EL año 2025 comienza en un entorno económico mundial muy similar al que vivíamos por estas mismas fechas en los dos años anteriores. Tal como viene sucediendo en el último bienio, los riesgos y la incertidumbre son conceptos omnipresentes en todas las proyecciones macroeconómicas. La pregunta fundamental que podemos hacernos es si este año, al igual que en 2023 y 2024, terminará superando las expectativas iniciales, con un crecimiento resiliente frente a los fuertes condicionantes geoestratégicos, políticos y económicos.
No contamos con una bola de cristal para responder con certeza a esa pregunta, pero sí cabe plantear algunas reflexiones que nos ayuden a imaginar con qué podremos encontrarnos en los próximos doce meses. Podría esperarse que los vientos de cola que, a pesar de todas las turbulencias, impulsaron el crecimiento mundial en 2024 sigan soplando este año. Ahora bien, es probable que lo hagan con menor ímpetu, conforme el ciclo económico entra en una fase de madurez. Muy probablemente esto ocurrirá, además, con las disparidades entre regiones que se han observado en los últimos meses. Mientras que en Estados Unidos la actividad económica muestra firmeza y solidez, la zona euro sigue lastrada por la debilidad de sus principales economías, especialmente Alemania. China, por su parte, parece capaz de sostener tasas de crecimiento superiores al 4,5% anual, aunque persisten las dudas en torno a sus desequilibrios, particularmente en el sector inmobiliario.
En ese sentido, habrá que prestar mucha atención a la política monetaria. La rápida e intensa subida de tipos de interés logró reducir las tasas de inflación en prácticamente todo el mundo hasta valores cercanos a los objetivos de los bancos centrales. De hecho, los buenos resultados de esta estrategia ya permitieron a las autoridades monetarias comenzar a reducir los tipos en 2024. Para 2025, el miedo a un repunte de la inflación parece que va a ralentizar el ritmo de relajación de las tasas de interés, frenando así el crecimiento de la demanda.
Todas estas predicciones para el año que hemos estrenado van a estar supeditadas a un factor decisivo. Nada de lo mencionado en los párrafos precedentes será ajeno al impacto, incluso disruptivo, que podría tener el regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Trump vuelve a la escena internacional en un momento marcado por fuertes tensiones y conflictos geopolíticos. Si sus políticas contribuirán a aplacar o, por el contrario, a exacerbar esas tensiones, es una cuestión que solo el tiempo nos aclarará.
En el plano económico, el presidente estadounidense se encontrará con un mundo inmerso en un proceso de reordenamiento de la globalización, sobre todo desde la crisis del covid-19, en el que emergen elementos de fragmentación. Vemos desde hace unos años que los países recurren a políticas proteccionistas de manera creciente y se suman al diseño de políticas industriales en aras de una autonomía estratégica frente al resto del mundo. No cabe duda de que las políticas de la administración Trump serán determinantes del rumbo que tomen en el futuro los flujos comerciales, financieros y de personas que han dado forma a la globalización.
Si Trump, conforme a sus promesas electorales, refuerza políticas como la imposición de aranceles, la renegociación de acuerdos comerciales o el incentivo a la relocalización de empresas en Estados Unidos, estaría dando mayor impulso a las tendencias fragmentadoras de la economía global. De ese modo, podría debilitar el comercio global, generar tensiones entre socios comerciales y afectar negativamente a las cadenas de suministro internacionales. Además, su énfasis en reducir la dependencia económica de China podría acrecentar la rivalidad entre ambas potencias, llevando a una mayor regionalización de la economía global, donde bloques como Asia-Pacífico o Europa busquen autonomía frente a las políticas estadounidenses. El crecimiento mundial se vería mermado.
No resulta sencillo anticipar cuáles serán las medidas que finalmente establecerá la nueva administración estadounidense. La combinación de elevados aranceles, expulsión de trabajadores inmigrantes y reducción de impuestos tiene un potencial desestabilizador tanto para la economía mundial como para la propia economía estadounidense. Ahora bien, cabe confiar también en que la administración Trump implemente su política económica de manera relativamente ponderada. Que se aleje de posiciones puramente ideológicas para abrazar un mayor pragmatismo, priorizando el crecimiento y el empleo sin agravar significativamente ni la situación fiscal estadounidense ni las tensiones comerciales internacionales. No será fácil alcanzar ese delicado equilibrio. A ello podrían contribuir el papel disciplinador que desempeñen los contrapesos del sistema político estadounidense, los mercados financieros –que castigarán los desequilibrios macroeconómicos con tipos de interés altos– y la política monetaria de la Reserva Federal (el banco central estadounidense), siempre que conserve su independencia frente al ejecutivo estadounidense.
Habrá que esperar unas semanas para ver hacia dónde lleva a Trump su carácter imprevisible y cómo reacciona el resto del mundo. Confiemos en que, dentro de un año, ojalá podamos decir nuevamente que la economía mundial ha sorteado los riesgos que la amenazaban y que su buena marcha ha ido acompañada de una reducción de las tensiones internacionales. Pero estemos preparados también para afrontar meses de incertidumbre.