Ver lo que sabíamos carece de importancia. Los borbones siempre han sido un poco salidos y a nadie parece preocupar que su majestad, el emérito, tuviera amores extraconyugales. Las fotos tienen cierta ternura, los amantes eran treinta años más jóvenes. Lo que ignoraba Bárbara Rey (¿?) es que después de ella vendría Corina y una colección de amoríos más o menos anónimos.

El mismo día de la publicación de estas escenas apasionadas, en México, el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum manifestó que no incluía al rey Felipe VI entre las personalidades españolas invitadas a su investidura. ¿Por qué? Pues verán, por un hecho histórico que ocurrió hace seiscientos años, cuando Colón descubrió América. El actual presidente en funciones, López Obrador, rogó al rey de España en una carta del 1 de marzo de 2019 que pidiera perdón por los desmanes de los colonizadores. Como dicen los que saben, el rey no contesta muchas cartas y la misiva se quedaría en una bandeja de plata con otras más. El rey, posiblemente, pensó que era una broma, pero de broma nada, su sangre azul era la misma que la de la reina Isabel. Una rebelión del siglo XXI contra el siglo XV.

La historia –a saber quién escribió esa historia y quien escribirá la nuestra– guarda secretos menos conocidos. Para los Reyes Católicos, especialmente para la piadosa Isabel, lo más importante era conseguir una unidad religiosa y que todos fueran al cielo. Por eso mandó a América a misioneros que convirtieran a los indígenas en cristianos. La obsesión de su real majestad era que todos fueran cristianos, por este motivo echó de España a miles de judíos y musulmanes y quemó a algunos en la hoguera por herejes. O se bautizaban o tenían que abandonar la península. Me imagino que a los indígenas les daba igual la cruz que una imagen de vudú y respecto al bautismo, pensarían que era una nueva fórmula para refrescarse la cabeza.

Pero la reina mandaba más y más curas para lograr la conversión de los habitantes del Nuevo Mundo. Por esta obsesión piadosa se le puso el sobrenombre de Católica. El Papa Alejandro VI, para recompensarles, publicó una bula por la que se nombró a Isabel y Fernando ‘Muy Católicos Reyes’. Habían conseguido la unificación del catolicismo y la conquista de la fe de los infieles. Isabel fue considerada la primera reina gobernante de Europa. Odiaba la limpieza –se bañó dos veces en su vida– y consideraba la suciedad símbolo de santidad. Una leyenda cuenta que Isabel fue la que abolió la esclavitud. Curiosamente, tenía una esclava mora que probaba diariamente la comida para que no fuese envenenada.

Felipe VI ignora (¿?) estas lindezas de sus antepasados y casi seguro que la gran reina no estaba del todo segura de sus actuaciones en las Américas, en su testamento pidió que “los indios reciban agravio alguno en sus personas y en sus bienes”. Al morir, la soberana dijo a su confesor que quizás no todo lo que había hecho a lo largo de su vida fuera santo; el sacerdote le contestó: “Majestad, vos sois como dios y Dios no se puede equivocar”.

Los mandatarios mexicanos de hoy tendrían que haber exigido el perdón a esta reina que se pretendía –y se pretende en algunos sectores de la extrema derecha– hacer santa.

Los borbones, para que nadie se asuste, deben de tener un gen especial sexual. Dios me libre de pensar que el esposo de Doña Letizia entra en esta lista negra.

Carlos V, hijo de Isabel y Fernando, escribió a Hernán Cortes cuando estaba en México: “Dios, nuestro señor, creó los indios libres y no sujetos, no podemos hacer un repartimiento de ellos a los cristianos”. De sus amoríos se reconocen tres amantes.

Felipe II, llamado también el rey prudente, consiguió que la monarquía española llegara a ser la primera potencia de Europa. En una carta de 1593 decía: “mando a los españoles que no maltraten ni injurien a los indios”. Siguiendo la tradición familiar, tampoco se lavaba mucho y tuvo tres amantes oficiales. Su nombre entró con el Renacimiento, aunque el verdadero personaje del Renacimiento fue Felipe IV, llamado el rey planeta y el rey pasmado por su cara de susto. Susto o no, aunque lo retrató Velázquez muy digno, el monarca era un Hércules del placer, adicto al sexo, tuvo 30 hijos y 60 bastardos. Le daba igual que la dama fuese princesa, cortesana o camarera, todas servían para el gran lecho real. Se le conoció como el rey más “puto” de la historia. Normalmente sus queridas, siempre temporales, terminaban en un convento. Su sucesor, Carlos II, no se pareció en nada a su padre, tenía el síndrome de Klinefelter, era muy frágil y con él empezó la decadencia de la monarquía española.

Rebuscar en la trastienda de la historia puede ocasionar sorpresas. No todos los mandatarios fueron promiscuos por deseo. El rey Fernando VII sufrió por un grave problema genital. Tenía macrostomia. Su miembro viril era tan grande que sus primeras tres esposas huyeron de la habitación conyugal. El monarca no era capaz de tener una relación amorosa normal. Su cuarta esposa solucionó el problema poniendo el miembro viril –treinta centímetros– en un cojín. Así pudo tener descendencia y concebir dos hijos.

El tema sexual no parece un impedimento para un buen gobierno. Gengis Khan, conquistador mongol, tuvo 36 mujeres y 20.000 hijos. En las lides del amor, el paladín fue Salomón con 700 esposas y 300 más de religiones “infieles”.

El rey emérito, Juan Carlos I, al margen de su hijo, pidió perdón por la colonización española hace 29 años. El 13 de enero de 1990, se reunió en Oaxaca (México) con las siete comunidades representante de las etnias indígenas. El rey lamentó los abusos durante la conquista: “unos y otros –dijo– difícilmente podremos entendernos si no somos tolerantes”.

Así es la historia. Para los mandatarios mexicanos, cada rey tiene que repetir “un lo siento” eterno.

Periodista y escritora