La trata de personas es la esclavitud del siglo XXI. Es uno de los delitos más comunes y se calcula que en España hay más de 114.000 mujeres que están en situación de prostitución. Por edades, el 28% tienen entre 18 y 24 años, siendo el 51% de ellas latinas, el resto, europeas y del África subsahariana. El Estado español se presenta como uno de los principales países de tránsito y destino de la explotación sexual de mujeres en el mundo. El 74% de las víctimas de trata que fueron rescatadas por las fuerzas de seguridad fueron sacadas de un prostíbulo. De ahí que desligar la trata de la prostitución sea imposible. 

La prostitución misma, al convertir a las mujeres y niñas en objetos de consumo, perpetúa un sistema que normaliza la explotación y la violencia. Es esencial que enfoquemos nuestros esfuerzos en desincentivar la demanda de estos servicios sexuales. La trata de mujeres con fines de explotación sexual es un crimen transnacional que afecta sobre todo a mujeres en situación de pobreza y vulnerabilidad. Gisella –nombre ficticio– fue contratada en Cali (Colombia) –país a la cabeza en situación de trata y prostitución en España– para cuidar una persona mayor, sin embargo, al llegar a Valencia terminó en un burdel de carretera, indocumentada, encerrada y obligada a prostituirse 12 veces al día, durante los 7 días de la semana. 

Logró después de años salir de ese calvario, obtuvo ayudas y hoy trabaja como cocinera en Gipuzkoa. “Yo venía de una situación de pobreza y violencia, las mujeres y niñas estamos expuestas a continuas cadenas de abuso y explotación en nuestros países. En especial, porque muchas venimos de sobrevivir al conflicto armado. Pero esa cadena no se corta cuando cruzas el charco, en España continuamos siendo explotadas. En los burdeles estamos sumamente controladas y nos obligan a consumir, lo que nos hace aún más dependientes”. 

Actualmente, Gisella ha logrado recuperar el timón de su vida, aunque le quedan miedos, secuelas, y necesita estar rodeada de espacios seguros, que no sean agresivos ni tóxicos. Gisela es una de las muchas mujeres atendidas por la organización Haurralde, que se dedica a ofrecer espacios de escucha activa y orientación para una vida plena. Sin embargo, la incidencia política es una identidad de nuestra organización y es clave para responsabilizar a los Estados y a la sociedad en la erradicación de estas prácticas. Fortalecer las alianzas del movimiento feminista y dar voz a las propias mujeres supervivientes es crucial para incidir socialmente.

Desde Haurralde Fundazioa entendemos que la verdadera solución pasa por ofrecer oportunidades reales y dignas para que estas mujeres puedan salir de este sistema de explotación, y por trabajar en conjunto para desincentivar la demanda de servicios sexuales que perpetúan esta violencia. Como sociedad debemos aspirar a ser una comunidad libre de trata y explotación. Nos provoca enorme vergüenza que España se reconozca como la perla de la prostitución, queda mucho por hacer. Por ejemplo, nuestro Ayuntamiento de Donostia podría empezar por adherirse a la Red de Municipios libre de Prostitución y trata. Valentía política.