Con fatiga sacarás de él [suelo] tu alimento todos los días de tu vida”, maldijo Dios a la humanidad tras probar la fruta prohibida. Así, el ser humano fue castigado a trabajar para garantizar su supervivencia.

La visión negativa del trabajo era común en las sociedades antiguas, y los libros sagrados no eran ajenos a aquella realidad. En el mundo griego el trabajo se consideraba como algo indigno, propio de esclavos, siendo el ocio recreativo la actividad propia del hombre pleno. A medida que la sociedad evolucionó, esta concepción negativa fue cambiando y, al inicio de la Era Moderna, el trabajo empezó a ser considerado como una actividad digna, dotada de ventajas morales.

En la actualidad, el trabajo es considerado incluso un derecho. El despido y el desempleo son las nuevas maldiciones, y cualquier elemento que anuncie su llegada se convierte en un fantasma indeseado. Hoy, ese fantasma nos sobrevuela en forma de tecnología: la Inteligencia Artificial (IA). Como ocurre en casi todas las grandes olas tecnológicas, el aforismo de que “las máquinas nos robarán el trabajo” resucita y vuelve a retumbar con fuerza.

La gran novedad de esta nueva revolución tecnológica radica en su potencial para automatizar tareas mentales. Así, la IA abre la puerta a la computarización de tipos de tareas hasta ahora inabordables para las máquinas. Profesionales que se creían inmunes al poder de la robotización descubren ahora, por sorpresa, que algunas de sus tareas podrían ser realizadas por máquinas. Esto genera recelo y cierto temor entre los trabajadores. Según una encuesta realizada en 2023 por Ipsos, multinacional de investigación de mercados, sólo el 37% de los participantes pensaba que la IA mejorará sus puestos de trabajo, mientras que solo el 34% creía que impulsará la economía y únicamente el 32% consideraba que mejorará el mercado laboral.

El temor a la sustitución no es del todo infundado. Son varios los informes publicados en los últimos meses que indican que el número de puestos expuestos a la transformación por parte de la IA no es pequeño. Por citar uno de ellos, un estudio del FMI de enero de este año señala que esta exposición afectaría, de forma total o parcial, a un 40% de los puestos de trabajo. A diferencia de otros procesos de automatización de tareas laborales, la IA afectaría especialmente a los empleos cualificados, dado su potencial para ejecutar trabajos intelectuales. Si bien en todos estos informes contienen un alto componente especulativo, la tendencia general que marcan no debería pasar inadvertida.

El fantasma de la automatización del trabajo no es nuevo, y es ciertamente natural, teniendo en cuenta que el uso de herramientas ha sido una constante en la historia de la evolución humana y también en la del trabajo. Durante la Revolución Industrial, la tecnología posibilitó la mecanización de numerosas tareas, afectando inicialmente a una gran cantidad de trabajadores. Sin embargo, aunque muchas profesiones y tareas fueron sustituidas por máquinas, también surgieron nuevas actividades y empleos, como ingenieros, maquinistas, reparadores, y administrativos. Esto ocurrió a pesar de las previsiones de economistas tan ilustres como Keynes, que pronosticaban un incremento inevitable del desempleo debido a la mecanización. La IA avanza un paso más, permitiendo también la automatización de tareas mentales. La gran incógnita es si esto dará lugar a la creación de nuevas tareas o incluso profesiones, como ha sucedido en oleadas previas de mecanización del trabajo. Además, quedaría por ver si el balance entre el número de nuevas profesiones y tareas y las que serán automatizadas resultará positivo.

Desde el mundo empresarial se tiene una visión optimista. En un informe de 2023 del think tank IBM Institute for Business Value se recoge que el 83% de los ejecutivos cree que la IA aumentará el empleo humano en lugar de automatizarlo. Las oleadas anteriores de mecanización del trabajo también apuntarían a la transformación de los actuales trabajos, dotándolos de nuevas capacidades, o incluso a la creación de nuevas profesiones. No obstante, cualquier predicción sobre esta cuestión resulta aventurada. Dado que el trabajo es fundamental para el desarrollo y bienestar de las sociedades humanas, cualquier cambio radical en este ámbito tendrá un impacto significativo en el progreso social. Por lo tanto, es esencial proceder con cautela en cada paso que demos.

El despliegue a gran escala de la IA en el ámbito laboral no va a ser inmediato. Este proceso aún requiere de una reducción significativa de los costes de implantación y, en algunos casos, de mejora tecnológica para poder ejecutar efectivamente un gran número de tareas cognitivas. Los sistemas actuales de IA presentan importantes limitaciones en capacidades como el razonamiento, el conocimiento del mundo, el autoaprendizaje y la planificación. Además, en muchos casos, el coste de la implantación de estos sistemas es superior al de mantener a un trabajador humano. Estas limitaciones sugieren que la adopción de la IA en el ámbito laboral será gradual y relativamente lenta, proporcionando una ventana de oportunidad para poder diseñar y ejecutar con tiempo suficiente una transición ordenada que refuerce la evolución social en lugar de convertirse en una maldición tras probar la fruta prohibida de la IA. Para ello, serán necesarias políticas proactivas de gran alcance que abarquen diversos ámbitos, desde la educación hasta la industria. Orai NLP Teknologiak. Doctor en Ingeniería Informática