En una campaña electoral se pueden decir muchas cosas. Lo cierto es que la actividad política española demuestra que no hace falta que estemos en campaña para escuchar barbaridades y majaderías fuera de lo común. Pero, en campaña, este tipo de boutades se prodigan aún más. Lo que no habíamos sido testigos hasta ahora era lo acontecido en un debate radiofónico organizado por la cadena Ser. Una candidata, la cabeza de lista del PP, Dolors Monserrat, imitó a Gila en el fragor de la batalla dialéctica.

Gila, en una parodia televisiva, contaba que su abuelo era inventor. Había inventado una taza para zurdos, un colador para pobres (sin agujeros) y pretendía inventar la radio a colores. “Así se pasaba horas muertas en el balcón dando brochazos al aire. ¡Ya veréis, cuando coja la onda!”, decía. Y lo que cogió fue una pulmonía.

Pues bien, Dolors Monserrat lo intentó el pasado día. Según arrancó el debate y siguiendo el catón argumental del PP, sacó a pasear a Puigdemont, a los independentistas, a los pactos de Sánchez y a toda la retahíla de consignas elaboradas en la calle Génova. Pero la exministra de Rajoy quiso dar un paso más en su vehemente exposición y, en cuanto pudo –como si fuera aquel chico de Ciudadanos de cuyo nombre no quiero acordarme que iba con toda la cartelería a los debates– sacó de detrás del atril una fotografía del encuentro mantenido en Bruselas entre el secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, y Carles Puigdemont.

“Esta es –enfatizó la cabeza de lista del PP– la foto de la vergüenza. La foto de la vergüenza”, insistió. La moderadora del debate, la periodista Àngels Barceló, recordó a la representante popular que se trataba de un debate radiofónico y que los oyentes no podían ver su foto. Pero Monserrat siguió a lo suyo y, agarrando la instantánea con las dos manos, la fue moviendo de izquierda a derecha como quien exhibe una obra de arte. Ridículo total.

Un aforismo indica que, en la mayoría de las ocasiones, es mejor permanecer en silencio pareciendo un imbécil que abrir la boca y demostrarlo.

En eso de abrir la boca a destiempo, Núñez Feijóo se lleva la palma. En las pasadas elecciones, cuando todas las encuestas apreciaban que el viento soplaba a su favor, se enredó con la amnistía en un off the record con una veintena de periodistas. Y desdibujó su panorama. Ahora la ha vuelto a liar con la posibilidad de plantear una moción de censura, que para ser viable debería contar con el apoyo de los catalanes de Junts. Y, mientras demonizaban a los nacionalistas catalanes en todas las plazas públicas, el gallego deslizaba la de la censura, rompiendo los esquemas a propios y extraños y obligando a la maquinaria electoral de su partido a maquillar y echar tierra a unas palabras, nuevamente, inoportunas para su estrategia.

El que no ha tenido problemas en enseñar sus amígdalas cada vez que se ha puesto junto a un micrófono ha sido Leónidas Abascal y su legión de espartanos. Después de compadrear con Milei y Netanyahu, Abascal se fue a Murcia y allí vomitó su pensamiento. “Estamos aquí –arengó a su feligresía– para decir: más tradiciones y menos chorradas progres. Más producto nacional y menos competencia desleal. Para decir más muros y menos moros de esos que no respetan a las mujeres. Para decir más jóvenes con viviendas y menos okupas. Para decir más educación y menos adoctrinamiento en las escuelas, y estamos también para decir más libertad a las mujeres, para que anden como quieran. Con faldas, con pantalones, con escotes, con las uñas pintadas, como les dé la gana. Y menos mujeres veladas, con burka, sin libertad o caminando cuatro pasos por detrás de unos sujetos que no las respetan”.

En la misma línea de la arcada cognitiva, hemos visto a un clásico del mamarrachismo político; Juan Carlos Girauta. El personaje en cuestión había empezado su trepidante carrera en el PTE maoísta. Siguió en el PSOE, para evolucionar al PP. Su marcha hizo un parón en Ciudadanos, donde nos dejó minutos de gloria junto a aquel chico que quería ser presidente y que hasta posó en un cartel electoral en pelotas. Ahora, el mismo Girauta se presenta junto a los de las Termópilas. Con los espartanos de Vox. Ni más ni menos que en el tercer puesto de la lista europea. Por detrás de otro “ilustre” casquivano, Hermann Leopold Tertsch. A este paso, los “salvadores de la patria”, de tanto escorarse por el extremo, se van a caer por el desfiladero.

El bocachancla de turno, maleducado y corrosivo donde los haya, se permitió preguntar en un debate de una televisión autonómica a la candidata de Podemos si había “disfrutado con las violaciones de Hamás” en su asalto terrorista a los kibutz israelíes que dieron origen a la escalada bélica de oriente medio. “¿Han disfrutado mucho con las violaciones?”, insistió Girauta.

El esperpento hispano presentado a estos comicios europeos cuyo sufragio se producirá mañana tiene aún más espontáneos con vocación de transgredir los márgenes del sentido común. Diversas encuestas publicadas durante las pasadas semanas incidían en presentar como “resultado sorpresa” el que presumiblemente obtendrá una lista denominada Se acabó la fiesta, que encabeza un ultra agitador y creador de bulos denominado Alvise. Alvise se llama en realidad Luis Pérez Fernández, un “analfabeto académico” que se inició en el mundo de la política como voluntario de UPyD, partido fundado por Rosa Díez y Fernando Savater. Fracasado aquel proyecto, dio el salto a Ciudadanos –otra vez el nido de los “talentosos”– y de allí se convirtió en jefe de gabinete de Toni Cantó –otro figura del tablao– en las Cortes valencianas. Su periplo continúa en el actual proyecto, más radical y provocador aún que Vox.

Los comicios europeos se desarrollan con circunscripción única en todo el Estado. Listas cerradas sin umbral mínimo, lo que supone una opción atractiva para propuestas que difícilmente tendrían representación en el Congreso o en parlamentos territoriales. Y que, al mismo tiempo, dificulta notablemente la elección de quienes tienen su ámbito de acción limitado a su entorno nacional natural (vascos, catalanes, gallegos, canarios).

Esa característica unitaria, asociada al tradicional espectáculo político que se vive en el Estado, posibilita la aparición de outsiders. El pequeño Nicolás lo intentó sin éxito en el pasado con un programa para millenials. Pero ya en 1989, Ruiz Mateos rompió el hielo al obtener dos escaños con su lista Que me votes, leche.

Ahora, entre la treintena de candidaturas avaladas por la Junta Electoral Central para concurrir a las urnas, aparece una coalición –España Olvidada Existe– formada por partidos como Cuenca Ahora, Somos Cáceres o Jaén Merece Más. También se presentan otras listas como Extremeños, Recortes cero o el Frente Obrero, liderado por un individuo –Roberto Vaquero– fundador del Partido Marxista-Leninista (antifeminista) que fue condenado por la Audiencia Nacional por pertenencia a banda criminal tras su paso por Siria para unirse a las filas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

La aparente lejanía del marco europeo y el despropósito que se vive a diario en la política española –hasta un juez de apellido Peinado se ha soltado el pelo en plena campaña– vaticinan una escasa participación ciudadana en la votación de mañana. Hay quien apunta que los porcentajes de voto pueden situarse más cerca del 40 que del 50%, lo cual sería un indicio pernicioso para la estabilidad y fortaleza de un proyecto común de convivencia para todos los europeos.

Lo cierto es que pocos han sido los que han hablado abiertamente de Europa en esta campaña. No se han escuchado apenas propuestas ni programas con los que hacer frente a los retos inmediatos a los que el viejo continente se enfrenta; la seguridad y la paz en su ámbito, la competitividad industrial frente a los emergentes y la imperiosa descarbonización de la industria y el afianzamiento democrático frente a los extremismos populistas.

Por el contrario, nos hemos hartado de momentazos como los señalados. De pretender convertir esta elección en una moción de confianza o de censura. En asaltos de una pelea en la que todo vale. Episodios más propios de aquel relato que Luis Carandell tituló como Celtiberia show que de una sociedad moderna, seria y comprometida. En contraposición, y afortunadamente, en la política vasca no hay ruido. Pronto habrá acuerdo y se constituirá gobierno. Sin aspavientos ni estridencias. Una vez más, diferentes. Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV