Podía ser este un titular irónico que roza el sarcasmo ante las noticias tan preocupantes que recibimos a diario. Mejor sería titularlo El globo en llamas, pero me resisto a ver la botella medio vacía. Sería mutilar la realidad si obviamos la cantidad de sucesos constructivos que humanizan de verdad cada hora y cada día. Desconozco la razón por la que damos tan poco valor a lo positivo de la existencia, como si ello no contase apenas en nuestro ánimo.

Todavía no soy tan ingenuo para obviar que la botella medio llena significa que está medio vacía. El dicho popular afirma que las comparaciones son odiosas, pero suelo añadir que son necesarias, si queremos entender nuestra posición vital real. Desde luego que, a nivel social y económico, estamos colectivamente en el cogollo de quienes disfrutan del mayor bienestar del planeta. A nivel personal y comunitario, seguro que bajamos muchos puntos, pero no tantos como para que lo bueno de la existencia en forma de solidaridad institucional (vía impuestos), solidaridad personal (vía organizaciones sin ánimo de lucro; religiosas y laicas) y solidaridad familiar y de amistad, no lo tengamos muy presente. Falla el cansancio desesperanzado junto a la forma de mirar y valorar…

Nuestro sentir colectivo es el de una época que ha perdido la fe y la confianza en sí misma por los resultados del “vale todo”. El desconcierto está servido. Los jóvenes son un colectivo especialmente castigado por el modelo heredado que no conduce a la emancipación y a la realización de las expectativas de muchos de ellos, viendo el progreso en entredicho. Sienten en sus carnes que la cultura superficial de dogmas en forma de anti-dogmas no les deja ver el bosque.

No se trata de revolver en el pasado para quedarnos en él, sino para que nos ayude a dibujar direcciones alternativas a la actual, rescatando ideas, actitudes y conductas que han demostrado eficacia en la convivencia. No es de recibo comulgar mansamente con los resultados de la cultura cientifista que avanza en Inteligencia Artificial sin atender el empobrecimiento humano. Creo que fue Alexander Soltzenitzin quien alertó de que la defensa de los derechos individuales ha llegado a tales extremos que la sociedad se ha olvidado, en Occidente, de defender también las obligaciones humanas. Y de obligaciones y responsabilidades, hoy casi nadie habla…

¿Cómo impulsar de nuevo el crecimiento humano? ¿Cómo hablar del bien y del mal sin banalizar ambas realidades? El cambio solo puede producirse tras una toma de conciencia de lo que tenemos y lo que nos falta. Información, hay de sobra; foros, cada vez más. Quizá quienes buscamos una dirección más justa para todos, debemos analizar nuestra capacidad de influencia mirando el ejemplo que damos. Ahí tenemos al Papa Francisco, que un día sí y otro también marca tendencia con su actitud acogedora a contracorriente, como corresponde a un buen profeta: mensaje, audacia, ejemplo influencia. Él da menos miedo que Putin e influye mejor. De poco valen ahora las teorías y los dogmas porque son tiempos, más que nunca, de predicar con el ejemplo.

Es preciso superar el individualismo autosuficiente. Platón ya recordaba que la verdad se busca en comunidad. El ser humano es un sujeto social que mejora mucho cuando teje relaciones solidarias. Tampoco es suficiente el discurso moral, añadía Aristóteles, ante la necesidad de practicarlo a nivel individual si queremos transformarlo en conducta colectiva de derechos ¡y obligaciones!

La realidad nos apremia a recuperar los límites éticos. Resulta perverso afirmar que los límites suponen, en sí mismos, una falta de libertad. La libertad nunca será tal sin la responsabilidad de asumir obligaciones solidarias, aunque no siempre coincida lo bueno con lo apetecible.

Hemos avanzado en que la inteligencia es solamente racional. La inteligencia emocional ha sido acogida como se merece mientras queda pendiente el impulso de la inteligencia espiritual o existencial, la que nos conecta con lo mejor del ser humano: aquí entra el amor verdadero, la sensibilidad artística, la experiencia religiosa. En cuanto sacamos del armario la espiritualidad dormida, vemos que la ciencia y la tecnología no tienen acceso a toda la realidad. No sirven para aprehender ni valorar realidades tan esenciales como la esperanza, el valor de la gratuidad, la fidelidad, el amor, la compasión o la solidaridad. Las ciencias empíricas no pueden resolver el misterio de la felicidad y el sufrimiento; no es su papel.

Hemos crecido mucho en conocimientos, pero menos en sabiduría. La consecuencia es obvia: urge aunar sinergias para que el verdadero desarrollo no siga cegado por una bruma existencial que oculta las posibilidades de revertir lo que nos hace daño. Recordemos el suplicio de Tántalo ante el progreso codicioso que nos aboca a sufrir hambre y sed en medio de la abundancia... l

Analista