Allá por los años 80, incluso los 90, había días en los que, tras dormir tan tranquilo, levantarte, asearte y desayunar, salías a la calle y de golpe te encontrabas una ciudad plena de carteles con señores serios encorbatados y saturada de altavoces en furgonetas vociferando desaforadamente todo tipo de eslóganes. Empezaba una campaña electoral.

Hoy, el comienzo de la campaña es un día como otros. Y es que los acontecimientos ya no son como antes aunque, es verdad, hay cosas que se repiten, llamándome especialmente la atención la reiteración de inexplicadas mutaciones, pues siempre me han fascinado las cosas que cambian sin razonamiento, como si magia fuera, aunque para nada lo sea.

Me explico. Por un lado, en aquellos antiguos tiempos, el PSOE presidido por Felipe González decidió abandonar el marxismo, y para ello organizó una dimisión y luego un congreso con toda su parafernalia para explicarse a sí mismos y a todos los que quisieron escucharlo el porqué de aquella decisión tan ideológicamente dramática.

Por contra, franquistas y falangistas, sin aclarar nada, crearon Alianza Popular, hoy PP, y los franquistas se quedaron tan panchos en la democracia. Como la actitud de aquellos curas y dominicos que conocí, quienes, tras darme la turra durante años con aquello de que si me manoseaba iría al infierno, abandonaron el oficio sin explicármelo, se casaron y pasaron a vivir como cualquier pecador. Me dejaron con aquel drama ideológico de los tocamientos y mis miedos a las llamas infernales.

En estas elecciones veo que se repite lo de aquel PP. Cuando conocí a EH Bildu, que viene a ser el mismo con los mismos que hace cuatro, seis y hasta doce años, resultaban gente osada en el vestir que hasta hace unos meses ponían a parir a quien mendigaba en Madrid, defendían que la independencia de Euskadi era lo más urgente o que solo teníamos un parlamentillo vascongadillo. Hoy parecen burgueses de provincias, negocian con Madrid mañana, tarde y noche, piden no tener ansiedad por conseguir la independencia y defienden al parlamento como la esencia de nuestra soberanía.

Y es que no estoy hecho para entender las cosas que no me explican, por eso lo mismo que me agobia la incógnita de porqué aquellos curas se fueron y me dejaron con la duda metafísica de si hay infierno, pecado o dios, me atribula la incertidumbre de si ir a Madrid es bueno o malo, de si el parlamento vale para algo, de si la Y ferroviaria sí o no, o de si hay prisa para la independencia o debemos tomar ansiolíticos. Lo peor de todo es que, lo mismo que en el caso de aquella AP el hecho de apuntarse a la democracia no resultaba necesariamente hacerse demócrata, desconozco si a esa transformación del comportamiento de EH Bildu le acompaña una transmutación de sus ideas. Y todo eso a pocos días de ir a votar y sin saber qué hacer con mi colección de pañuelos palestinos. Qué angustia.