Hay momentos en la vida que te quedas solo, sola, o solos, por las circunstancias que sean. Una habitual suele ser cuando vuelan del nido los hijos/as y otra cuando después de cuidarlos intensamente fallecen los padres. Si a eso además le sumas que suele coincidir con la jubilación o vísperas de ella, la sensación de incertidumbre se acrecienta. Muchas veces, en vez de sentir la liberación del tiempo, de poder manejarlo a tu antojo, se siente una soledad tremenda y un cansancio físico y mental.

Está pasando, y más después del parón que supuso el confinamiento por la pandemia, que en esta situación cuesta salir en busca de una socialización que restablezca la normalidad previa. Se tiende a aislarse en casa y se acaba pasando mucho tiempo solo, sola o en pareja. No se produce novedades entre ellos, nada tienen que contarse el uno al otro que no sepan, por lo que el silencio entre ambos va ganando terreno. En estos hogares la televisión es la que llena los espacios de voces y ruidos para que no se sienta el vacío que se abre en la relación, y es Internet la que les conecta con el exterior. La televisión te conduce a la inactividad, a la desgana y muchas veces los problemas de salud, inherentes a la edad, hacen que el cuerpo vaya tomando la curvatura del sofá. Internet se toma como un refugio, como una ventana al mundo, pero ese universo es virtual, no deja de ser una recreación de la realidad que no se toca, no se palpa, no se huele, no se abraza, no se dialoga. Como dice el escritor Jesús Ferrero en su interesante artículo La industrialización de la soledad, “se podría pensar que para ellos Internet es un alivio y un escape, pero todo me indica que no, pues en realidad Internet es la tela de araña que los ha conducido y apresado en esa situación. Están conectados, cierto, pero viven fuera del círculo del verbo, el gesto, el roce, el susurro y la cadencia fluida cuando existe el diálogo y el contacto físico”, y añade advirtiendo del peligro real que tenemos encima: “El imperio cibernético no deja de ser una inmensa fábrica de soledad. Por primera vez en la historia nos envuelve un sistema que produce masas ingentes de solitarios”.

Es cierto que conforme pasan los años, llegas a una edad en la que tienes la sensación de que no te va a pasar nada que no te haya pasado ya. Hemos visto morir, nacer, hemos reído hasta retorcernos, hemos llorado hasta secarnos, hemos viajado lo suficiente para que no sorprenda lo siguiente, nos hemos emborrachado alegremente, nos han dejado, hemos dejado, hemos colaborado, hemos gritado y quejado públicamente… casi todo nos ha pasado. Pero también es cierto que estamos viviendo la era de la longevidad, la esperanza de vida ha subido por estos lares a los 80/85 años, por lo que cualquier persona recién jubilada le pueden quedar, a poco que se cuide y tenga suerte, unos 20/25 años de buena actividad.

Nos dice Viktor Frankl, autor del maravilloso libro El hombre en busca de sentido, que “cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Pero, ¿cómo cambiamos? No hay una fórmula única mágica, pero sí podemos observar lo que hacen aquellas personas que han sabido adaptarse a este tipo de situaciones y se les ve bien, con ganas de seguir disfrutando de la vida alejados de la soledad.

Hay quien adopta un perro o un gato y eso le exige unos cuidados, una atención, le obliga a salir de paseo donde se relaciona con otra gente que tiene mascotas y le reporta un cariño animal, una compañía fiel y unos nuevos contactos.

Hay quien busca en el voluntariado el poder ayudar a los demás a través del acompañamiento o de hacer una labor social que le llena.

Hay quien se dedica a cuidar su cuerpo, asiste al gimnasio, pasea, anda en bici, nada, etcétera, el ejercicio físico le da vitalidad.

Hay quien vuelve su mirada al arte, pinta o escribe o canta o actúa…, acude a cursos, conferencias, presentaciones, exposiciones, conciertos, teatros… y eso le colma.

Hay quien recupera un viejo hobby olvidado y se vuelca en el hacer cosas y eso le entretiene.

Hay quien se centra en la casa, en mantenerla limpia y en orden, experimenta en la cocina probando nuevas recetas con nuevos productos que sale a comprar, y eso es un deleite.

Hay quien coge un pequeño terreno y monta una huerta, el cuidado de las plantas, el contacto con la tierra, el sentir el paso de las estaciones le da calma.

Hay quien se dedica a viajar, a ver lo que pospuso año tras año y descubre lugares que había soñado y eso le maravilla.

Hay quien recupera viejas amistades y queda para hablar, para cenar, para jugar, socializa de nuevo y eso le reporta vivencias que creía olvidadas.

Y así podíamos seguir sin finalizar. Todo es matizable, por lo que hay quien hace un poco de todo, o algo de una y de otra, pero al final se activa. Hay que prepararse y buscar la opción que más nos encaje, sin pereza, sin procrastinar y sin miedo ir, a por ella. Lo que se ve es que en todas las personas activas se da estas premisas básicas: hay que tener motivación, seguir teniendo un propósito en esta vida, hay que seguir manteniendo los vínculos con los demás que nos posibilitan tener las relaciones y hay que cuidarse en la medida de lo posible.

Cumplir años es un verdadero privilegio, sobre todo si tienes suerte con la salud. La experiencia y conocimientos adquiridos durante todos estos años nos sitúan en la mejor de las posiciones porque pese a los lógicos bajones anímicos, estamos en lo mejor de la vida para sacarle el jugo, deleitarnos con el néctar que deja la esencia del saber y contemplar la belleza que nos impregna a nuestro alrededor.

Para cambiar hay que mover el palo mayor de la vela que cada persona soporta, para que se tense con los vientos del amor a la vida. Porque sin tu barco bien encarado y a toda vela, mi mar se queda desierto.

Artista