El todo poderoso espíritu de la Navidad que todo lo impregna ya está asentado en el calendario de la fiesta más participativa de las que haya inventado la Humanidad, y se acerca el momento cumbre, la noche del día 24. El novelista inglés Charles Dickens supo retratar el modo de ser y actuar de este espíritu que sobrevuela los cuatro puntos cardinales. La bondad, la solidaridad, el acompañamiento de los más débiles son puntales de un modo de vida que se impone y nos hace más humanos y más sensibles a las dificultades de los más necesitados. Una vez al año, y coincidiendo con el cambio anual, los humanos sentimos que la magia transforma nuestros corazones y nos hace sentir el calor humano del rebaño universal, sin ningún tipo de diferencias. También en el campo de la oferta televisiva se da un cambio en el modo de planificar la emisión y ofertar los productos de las cadenas generalistas. La tele tiene otro sentido, otro calor humano, otra música celestial. Son tiempos de recogimiento, de vivencia familiar intensa, de calor humano compartido. Y hasta la tele cambia sus modos de hacer, y los sonidos, los personajes y las historias se presentan con otro ritmo, contenido y sentimiento. Son tiempos de pasar muchas horas en el refugio del hogar y de consumir más allá de los habituales 300 minutos de tele diaria. Los programadores cuidan con más mimo la oferta con momentos puntuales de gran atractivo televisual, como el momento del cambio de año, rito excelente para reunir audiencias millonarias. Y la publicidad surge a ritmo trepidante, y Santa Claus, Papá Noel, Olentzero, Reyes Magos y demás comparsas se asoman empujados por el espíritu de Dickens. Así pues, Eguberri eta urte berri on!