Dice García Roca (1999) que uno de los rasgos del voluntariado lo podemos encontrar en el desarrollo de una tarea concreta que se ubica “en la gestión de lo cotidiano”.

Celebramos el Día Internacional del Voluntariado con esta frase que nos permite dibujar algunos de los retos que tiene el voluntariado para impulsar su valor reforzando, no tanto las cifras de las personas voluntarias que se mantienen más o menos estables, sino el impacto social y transformador que lleva adherido el compromiso moral de esa acción solidaria.

Si comprendemos el voluntariado como una respuesta solidaria, que escucha y responde a las situaciones que acontecen en el entorno, aportando un bien y contribuyendo al proyecto de felicidad de las personas, será necesario, entonces, sintonizar bien las voces de las situaciones sociales emergentes para, en su caso, acompasar y actualizar la acción voluntaria.

En concreto, cuando pensamos en el voluntariado, sobre todo, en el ámbito de la acción social, pensamos en una persona que sale de su casa, incluso de su barrio, acude a un centro social donde se encuentra con otras personas que están en situación de dependencia, discapacidad o exclusión social, a las que ofrece distintos apoyos, en el marco de relaciones de ayuda donde la persona voluntaria, normalmente, da y otra recibe.

Respondemos con este recorrido solidario al imaginario de que estas situaciones de dificultad suceden, se atienden y se resuelven lejos de nuestros barrios, en lugares “especializados” para ello y con un carácter fundamentalmente económico, en un sentido material y tangible.

Sin embargo, vivimos en sociedades más complejas, donde se producen procesos de exclusión social por múltiples factores, incluidos, pero no sólo, los ingresos, el empleo o la familia y que, por lo tanto, afectan a rostros muy diversos donde el sesgo de género y de origen –que tiene rasgos estructurales- prevalece y presiona al alza la pobreza y la desigualdad según Luis Sanzo (2022).

Pensemos, ahora, por lo tanto, en las personas migrantes que han llegado y que no cuentan con apoyos ni vínculos en ese entorno, en las madres con hijos e hijas a su cuidado y sus dificultades para conciliar, en las familias con pocos ingresos que no pueden socializarse a través del consumo del tiempo libre, o en las personas mayores que viven solas o van perdiendo apoyos, bien porque sus hijos e hijas están lejos o porque sus amistades van falleciendo.

Es, en esta vida diaria que tiene sus pobrezas y exclusiones, donde se espera a ese voluntariado de lo cotidiano y se nos propone, por lo tanto, desde ella, reflexionar sobre tres aspectos de la acción voluntaria, en concreto, sobre dónde se realiza, qué tipo de relación establece y qué ofrece a la sociedad que nos puede ayudar a recrearlo. Veamos.

Gestionar lo cotidiano nos plantea una acción voluntaria, quizás, en un lugar distinto que, abriéndose a otras realidades emergentes, se enrede en las calles de los barrios, fortalezca vínculos, promueva la participación y el apoyo mutuo, rompa soledades, genere encuentros y conversaciones.

Gestionar lo cotidiano, además, nos habla de una relación de mayor reciprocidad, no sólo porque las personas que reciben ese apoyo pueden ofrecer otros, y es necesario articularlos reforzando su valor, sino porque todas las personas, también las llamadas voluntarias, necesitamos apoyos y amistades para nuestro bienestar.

Por último, gestionar lo cotidiano refiere a una acción voluntaria con un contenido distinto, vinculado, sobre todo, a los cuidados para sostener la autonomía funcional cuando vamos perdiendo capacidad para ello, pero queremos seguir viviendo en nuestro barrio o para apoyar la integración relacional porque vivimos solas y nos gusta conversar.

En definitiva, hablamos de actualizar el voluntariado para comunitarizarlo, en el sentido de canalizar su fuerza humanitaria hacia el entorno más próximo, el barrio, en relaciones de apoyo con cierta o mayor reciprocidad, que convierte a las personas voluntarias en vecinas que ofrecen (y pueden recibir) cuidado comunitario, es decir, apoyos funcionales (subir la compra, salir a pasear, visitar o cuidar) y apoyos relacionales para participar, arraigarse, sentirse parte de un lugar.

Este es otro escenario emergente para la acción voluntaria, que no se oferta de momento de una forma ni estructurada ni pública y que puede permitir al voluntariado una mayor capacidad de cambio social. Se trata de multiplicar los lugares intermedios, de potenciar la solidaridad cálida y con ello la revalorización del propio territorio, recreando la solidaridad con creatividad y resistiéndose a tener una existencia meramente reactiva (García Roca 2017). Responsable de Voluntariado e Incidencia de Caritas Gipuzkoa