No hay dos sin tres, aunque la tercera parte ha tardado en llegar. Frasier nació como personaje secundario de la exitosa serie Cheers, un psiquiatra que se sentaba junto a otros clientes en la barra del famoso bar de Boston.

Su personaje se marchó a Seattle y dio nombre a su propia serie, donde el psiquiatra locutaba un programa de radio donde daba consejos a oyentes descarriados (muchas veces voces de famosos) e hizo de la comedia una obra maestra de 37 premios Emmy apoyado en los mejores personajes secundarios, desde su maniático hermano Niles a su padre, un gruñón poli retirado por un disparo en la cadera que se mudaba a la pija casa de su hijo con un su perro y su vieja butaca para terror de su hijo que ve así amenazada su armonía, o mejor dicho, hecha trizas.

Aunque el golpe de efecto perfecto llega con Niles, un snob lleno de divertidas manías que está casado con una extraña mujer, aún más rica que él, que siempre es retratada con las más hirientes comparaciones y a la que nunca veremos en pantalla, se enamora torpemente (y en secreto, al menos para ella) de la fisioterapeuta de su padre.

Con esos mimbres se construyó la mejor sitcom, que todavía hoy es la que más premios acumula: una serie ingeniosa y divertida que se alargó durante 11 temporadas (264 episodios), entre 1996 y 2004, y que se puede ver completa en Skyshowtime (que también emite la nueva), dado que el mercado del DVD español la dejó a medias (como tantas otras). Luego se quejan de que la gente ya no compre temporada sueltas. 

He vuelto a ver la serie enterita, que ya disfruté en su momento en TVE y Canal Plus, y sigue siendo magnífica. No hagan caso de quien dice lo contrario: no, no ha envejecido mal, es que ni siquiera ha envejecido. Todo es perfecto a excepción de un puñado de capítulos de la octava temporada, en la que todo se reduce a chistes de gordos (era otra época) a cuenta del embarazo que querían disimular de la actriz que daba vida a Daphne, de la que estaba enamorado el hermanísimo. Superado el bache, todo volvió a ser como era antes, y menos mal.

Ahora, la serie del doctor Fraiser Craine ha vuelto con su actor original, Kelsey Grammer, en una ilusionante pero decepcionante secuela en la que el psiquiatra ha regresado a Boston convertido en poco menos que una parodia mal dibujada de sí mismo. La excusa es que busca hacer las paces con su hijo, que ha dejado Harvard para meterse a bombero (sí, la serie tiene muchas ideas de bomberos) y que convive con una joven viuda y madre del bebé de un bombero recientemente fallecido. Y de pronto, Frasier se ha convertido en Apartamento para tres. La culpa la tiene Chris Harris (Cómo conocí a vuestra madre), que ha puesto en pie una serie facilona que se parece más a cualquier sitcom ochentera y trivial que a Frasier o Cheers. Es una pena, pero esto no lo sostiene ni la nostalgia.