AJosé María Gil Robles, en 1936 jefe de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), le llamaban El Jefe, remedo de El Duce y el Fuhrer. En las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue con el lema de A por los trescientos. Tras el llamado “bienio negro”, se veía con 300 diputados y desde aquella derecha mussoliniana, mandar la República al basurero. Sin embargo, ganó el Frente Popular con 263 diputados contra el Frente Nacional, con 156. Aquel Frente Frankenstein, en lenguaje de Rubalcaba, con todas las izquierdas republicanas metidas en dicho hormiguero, le dio un buen meneo y un buen disgusto a las aspiraciones de Gil Robles. El PNV, que se había negado a formar parte de la CEDA, tuvo un espléndido resultado. Constituido el nuevo Congreso, logramos resucitar la ponencia del estatuto, donde estaban, entre otros, el diputado Aguirre, Indalecio Prieto y Calvo Sotelo, que para junio había dictaminado en comisión el proyecto estatutario. Gracias a este trabajo, cuando Largo Caballero le pidió al EBB un ministro para su gobierno, el PNV puso como condición que se aprobara en el pleno del Congreso el estatuto que ya estaba dictaminado en comisión. Y fue en virtud de aquel acuerdo, con el Madrid sitiado, cuando se reúne el Congreso republicano por última vez y el 1 de octubre de 1936 aprueba nuestro primer estatuto de la historia. No estábamos ni con la CEDA ni con el Frente Popular, y además el ambiente en el Congreso y en la ciudadanía era irrespirable. Era la España de Machado que helaba el corazón. Violencia en la calle, violencia verbal, violencia física y una Europa con los fascismos en auge. Conclusión: golpe militar el 18 de julio de aquel año. Pero el PNV no fue con aquellas derechas golpistas ni con los cruzados. Le costó caro. Primaron la decencia y los principios. Era cuestión de avanzar aferrado al mástil, como Ulises, sin caer en los cantos de sirena.

Por eso, viendo el espeso ambiente creado actualmente por el PP-Vox, pensé en lo que habían vivido el EAJ-PNV y nuestras familias aquel año 36 que dio con los huesos de nuestros aitas en las cárceles ante los pelotones de fusilamiento, o en el exilio a 7.000 kilómetros, Y contentos. Aquí hubo crímenes, represión, persecución al euskera, robos de todo tipo y un pensamiento único. De ahí que, muerto el dictador y tras la injusta amnistía de 1977, todos pensamos que la derecha había aprendido algo y olvidado algo. Que aquella tragedia era irreversible. Pero, visto lo visto con un Abascal pidiendo a la Policía que no actúe, a militares jubilados que exhortan a una sublevación contra Sánchez, a un atentado contra Vidal Quadras que Rosa Díez comparaba con el asesinato de Calvo Sotelo, a un grito tan nostálgico de ETA como “Que te vote Txapote”, a unos magistrados manifestándose, a la Brunete mediática disparando diariamente caca, uno piensa que menos mal que existe una clase media como colchón de la democracia y una Europa, donde los fanatismos y fascismos están más o menos controlados porque, de lo contrario, había que empezar a preparar refugios para una larga temporada. Y es que esta derecha y ultraderecha asustan. Solo oír a Núñez Feijóo, a Abascal, a Díaz Ayuso y todos los coroneles y jueces, pensaría que estamos metidos en un ambiente prebélico, sin olvidar al gran Pope de Prisa y El País, Juan Luis Cebrián, que escribe que “Sánchez pretende gobernar a base de alianzas con delincuentes prófugos y enemigos declarados del Estado. Parece que todo esto inspirado en el activismo guerra civilista que le llevó a la aventura revolucionaria del socialismo contra la República en 1934”. ¡Toma ya! El demócrata Cebrián, desde su burbuja ideológica y desde su estolidez beligerante.

No es nuevo. El diputado José Antonio Aguirre escribió un libro contando aquel ambiente, Entre la libertad y la revolución, que terminaba así: “Hacia la libertad vamos, pero hemos de ir en medio de la fraternidad, de la unidad de pensamiento y de corazón. Sin titubeos, aunque la revolución ruja a nuestro lado, una vez a cargo de las derechas monárquicas, otra vez a cargo de las izquierdas extremas. Hemos luchado entre la libertad que queremos alcanzar como nuestra y la revolución, que entorpeciendo su logro, es ajena a nosotros. Nos culparán de nuevo según el turno que les toque. ¡No importa! Podremos siempre mostrar la limpia ejecutoria de un movimiento singular y completo que realizando diariamente su revolución, va formando el alma de un pueblo que quiere ser libre, con los materiales eternos que presta la concepción cristiana de la sociedad”. ¿A qué les suena?.

Fraga pasó del franquismo a la democracia pirotécnica, y Feijóo, de la moderación al Fraga de los años del franquismo. De hablar de encaje de las nacionalidades históricas al culto a Ayuso, de llamar un millón de veces al PNV para ser presidente sin ningún problema en vender a su madre, a decir que el PNV ha pasado del tractor a la hoz y al martillo. De cinco años sin renovar el CGPJ a hablar de un golpe de estado y a que una de sus concejalas pida un tiro en la nuca para Sánchez, que se frota las manos ante este achatarramiento de la política española, sin darse cuenta que hasta se puede ser de derechas y simultáneamente demócrata. No lo son.

Una guindilla picante

Jacinto Miquelarena (1891-1962) fue un periodista deportivo de Bilbao, fundador del diario Excelsior, que acabó en el ABC tras ser el primer director de Radio Nacional de España. Su amigo Pedro Mourlane Michelena despedía a su amigo Jacinto en la estación, y ese fue el marco de la frase que encabeza este artículo y que ha quedado como expresión emblemática de lo que es España. La escena en cuestión fue la siguiente: Mourlane y Miquelarena estaban entretenidos en su conversación, cuando asomó un coronel por una de las ventanillas del tren, ordenando a uno de sus soldados: “Corre a la cantina y que te den una guindilla picante”. El soldado salió corriendo y, de pronto, se escuchó la voz del coronel que vociferaba: ”Y que pique mucho, que si no te la voy a meter por el c…”. El imperativo diálogo sorprendió a los presentes. Pedro Mourlane, ante esto, levantó su majestuosa cabeza, miró a su amigo y exclamó: ”¡Qué país, Miquelarena!”. La frase se hizo famosa y se incorporó como muletilla en las tertulias de la época. Con ese estribillo terminaban los comentarios críticos o jocosos de la vida española.

De ahí que cuando Jose Mari Esparza, gran factótum de la editorial Txalaparta, me pidiera un texto sobre el Madrid político que yo había vivido jugando en el Frontón de la Carrera de San Jerónimo y ante el actual clima que nos habla de un golpe de estado, de la “comprada” neutralidad del Tribunal Constitucional, de Sánchez escapándose en un maletero, de los sobresueldos de Feijóo, de la nariz de Pinocho del presidente del gobierno, de una plurinacionalidad inexistente, de cómo el hemiciclo se convierte en un karaoke por usar las lenguas cooficiales, de un rey al que llaman El Callao, del traslado de la bronca a la calle y de lo inmensamente malo que es Puigdemont, pensamos que la expresión de Mourlane describía bien el momento en el que vive actualmente la sacrosanta unidad de la patria española, con una derecha rugiendo en la caverna y con una izquierda, Sumar y Podemos, a la greña, así como con unos partidos nacionalistas catalanes, Junts y ERC, con el cuchillo entre los dientes. Este es el talón de Aquiles de la actual situación, con unas elecciones vascas y europeas tocando la puerta. Y es que las peleas no dan votos. Los quitan.

Escribí, pues, este libro, presentado hace quince días, sabiendo que los tiempos han cambiado sustancialmente porque ya no existe ETA, que era entonces el meollo de la situación y obligaba a una cierta contención, pero dejando constancia que a los llamados periféricos nos interesa un poder débil y necesitado para pactar en Madrid. Siempre hemos tenido muy claro que el pequeño ha de ser inteligente y jugar bien sus cartas y no dar armas al vecino. Junts y ERC pueden hacer naufragar todo el tinglado si olvidan una premisa fundamental: la política es el arte de lo posible y de hacer posible lo necesario.

Escribí el encargo porque de aquellos tiempos de la República solo Aguirre escribió el libro aludido y, desde 1977 a la actualidad, salvo Pedro Luis Uriarte con su reivindicación del Concierto, no hay un solo libro escrito por ningún protagonista de estas cuatro décadas. Somos un país de políticos ágrafos, a pesar de que saben hacerlo, con el mal fario de que política que no cuentas, te la cuentan y mal.

Nuestro Grupo Vasco, en el Congreso desde 1917, salvo bajo la dictadura, tiene claro que su trabajo es legislar, controlar, representar y aprovechar cualquier resquicio para barrer para casa. Y no tener como meta la Villa y Corte. Ningún diputado se ha quedado a vivir en Madrid, y eso que hemos tenido casi el centenar. Por eso he dedicado un capítulo a analizar la diferencia de aquel Madrid al actual Madrid, verdadero aspirador de todo lo que se mueve y da poder siendo Madrid, España dentro de España. Lo que no ocurre en Madrid, no existe. La Marca España es Madrid y punto. No existe nada más.

También el poder de unos medios que disparan sin alma, una Brunete nediática atrincherada, donde hasta Trece Televisión y la Cope, vinculadas a la Conferencia Episcopal, criminalizan la disidencia y predican no la caridad, sino el odio en vena. Una Constitución que nos excluyó de su ponencia y que considera que la división entre nacionalidades y regiones no vale para nada porque solo hay una nación, la española, única e indivisible, y ahora en peligro. Un Adolfo Suárez que estuvo dispuesto a devolver a las “provincias traidoras” como Bizkaia y Gipuzkoa el Concierto solo cuando estuvo decidido a dimitir y ante aquello, cuando estaba en el grupo mixto, la revista Euzkadi le otorgó su premio quijotesco que nadie le dio, aunque cuando murió se daban codazos a la hora de llevar el féretro.

Hablo de la necesaria actualización de la Declaración de Barcelona, la antigua Galeuzca, que acaba de cumplir sin pena ni gloria cien años, como necesaria plataforma de acción política coordinada para sacar del baúl el término nación y hacer cosas en conjunto. Describo lo que son los “Hombres de Estado”, al parecer no existen las “Mujeres de Estado”, porque así me dijeron que era Samaranch, fiel lacayo del régimen ennoblecido por el deporte olímpico que habla de moral y ética, algo que este señor nunca practicó. O del presidente del Supremo, Francisco Hernando, quien me dijo en su despacho que Franco era muy sensible a la justicia, o de Manuel Jiménez de Parga, el del lehendakari de Oklahoma, que se jactaba de no haberle dado la mano al lehendakari Ibarretxe, o del Jefe de la Casa Real, que comentó que, tras veinte en Zarzuela, sería de piedra si no se hubiera convertido en republicano. También de esa cloaca Real con Juan Carlos al frente y con el ruido de fondo de la máquina de contar billetes, reconociendo ante el embajador alemán que los militares tenían razón, pues Suárez los despreciaba y ponía firmes. No me olvido de “la fascinación del pesebre” que sufren esos vascos que llegan a Madrid y para medrar han de insultar a Sabino Arana y al nacionalismo, como Fernández Savater, Mario Onaindia, Jon Juaristi, Enrique Múgica, Areilza, Astarloa, Manuel Aznar y tantos otros.

En fin. Una foto de situación, por si a alguien le interesa lo vivido y sacando como conclusión que en estas próximas elecciones no habrá en Madrid mayor voto útil que quien tenga capacidad de decidir e influir en la política española y… barrer para casa. Diputado y Senador de EAJ-PNV (1985-2015)