En este periodo que vivimos actualmente y que no sé ya muy bien si es electoral, pre-electoral o poselectoral, prácticamente cada día tenemos un nuevo acontecimiento. Algunos días, incluso, tenemos más de uno. Desde viajes espontáneos a Bruselas de representantes de una parte del Gobierno, que levantan ampollas en la otra parte; hasta entrevistas en las que unos socios de coalición amenazan a otros con no repartir los fondos electorales. Eso es, y nunca mejor dicho, preocuparse por las cosas del comer. Quién lo hubiera esperado de Ada Colau, que siempre ha estado movida por las causas más nobles y a la que nunca le ha interesado la pasta. Porque ella no es casta, no piensen ustedes mal.
Volviendo al tema, el evento más importante hasta el momento ha sido el sorpresivo e inesperado acuerdo entre el PSOE y Sumar. No olviden que Yolanda Díaz dijo, hace no demasiados días, lo exigentes que iban a ser en la negociación y lo lejos que estaban todavía de alcanzar un acuerdo con la formación de su “querido Pedro”. Pero, como digo, el acuerdo se alcanzó contra todo pronóstico y el martes desayunamos con el inesperado anuncio. Un anuncio acompañado de varias medidas entre las que debemos destacar especialmente una: la intención de reducir la jornada laboral. Independientemente de la opinión que con respecto a esto tenga cada uno, llama la atención lo concreto de la propuesta. Determinan con exactitud en cuántas horas se pretende reducir la jornada. Y llama la atención porque en este tipo de anuncios suelen ser más habituales las voluntariosas intenciones que los datos concretos. Pero si hay alguien que puede permitirse este nivel de detalle en las propuestas sin miedo a que le acusen después de incumplirlo es Sánchez, que se ha pasado la campaña haciendo pedagogía de la gran diferencia que hay entre mentir y cambiar de opinión. Ya saben, si en unos meses en vez de trabajar menos horas, les toca hacerlo más, no le acusen de mentir, simplemente habrá cambiado de opinión.