En el bucle melodramático en que se ha convertido este país, se nos van apareciendo últimamente multitud de fantasmas como queriendo resucitar tenebrosos espíritus del pasado. Salen a deambular estos zombis asustaniños a reivindicar su vida anterior y su presunta existencia o no-vida presente, y también su a menudo poco presentable herencia. La hipotética amnistía a los independentistas catalanes ha insuflado a estos personajes la nueva energía –contaminante– para salir a la calle, nunca mejor dicho, y enarbolar la rebelión: volver a agitar y envilecer la política. Casi nadie se libra. Por ejemplo, Felipe González y Alfonso Guerra, viejas glorias curtidas en sucias guerras y ya con más penas que glorias, se presentan ahora como espectros, jaleados por sus antiguos enemigos, para dar lecciones de dignidad. Esperanza Aguirre, la primera popular que la semana pasada ya llamaba a “organizar la resistencia”. Dicho y hecho, José María Aznar lo ha lanzado invocando el espíritu de aquella lucha del Basta ya o del A por ellos contra ETA y el nacionalismo. Y Feijóo y todo el PP tragan. Es el mismo Aznar que hace ahora 25 años, tras el Acuerdo de Lizarra y la tregua, llamó a ETA “movimiento de liberación vasco”, que meses antes había dicho que si abandonaban las armas sería “generoso” –¿indultos?, ¿amnistía?– y que acercó a decenas de presos etarras a Euskadi. Y en estas, que vienen a hacerles un favor Arnaldo Otegi y Josu Urrutikoetxea. El líder de EH Bildu, “emocionado”, con los “presos políticos” y atribuyendo su enésima metedura de pata a una “campaña” contra él. El pasado le persigue y le seguirá persiguiendo. Y el exdirigente de ETA, como otra aparición de nuestras viejas miserias –más las suyas que las nuestras– con una entrevista-documental que ha generado polémica antes de que se pueda ver y que está reproduciendo esquemas que nunca se superan. Este es el país de los espíritus.