En el magnífico libro de Fernando Echarri y Carmen Urpí 10 claves para comprender el arte contemporáneo, de Editorial Wanceulen (2022), en la décima clave titulada “Una obra de arte se entrega a su observador”, nos dicen: “La obra puede conseguir afectarnos de una manera muy potente, porque también nos mira a nosotros. Nos sentimos mirados. Esa mirada nos genera pensamientos, emociones y sentimientos tan intensos que puede generar experiencias estéticas muy potentes, experiencias transformativas que pueden incluso cambiar la forma en la que nos entendemos y entendemos el mundo. La obra de arte se entrega desinteresadamente y totalmente a nosotros y esto debe merecer nuestro máximo respeto”.

Para mí es la clave más importante y la que hace que una obra de arte merezca la pena o no contemplarla. He visto llorar ante una obra abstracta, una mancha negra llena de matices de gran tamaño, una negrura que te absorbía, te metía en tu interior y empezaban a aflorar tus miedos y miserias, pero también tus alegrías y certezas. Una obra mirada así hace brotar lágrimas y aquella persona la contemplaba con tal emoción que rozaba lo místico. Vi también a una segunda persona pasar de largo ante esa obra, nada le decía y puso una cara de asombro ante la que estaba admirando la obra, que expresaba un “no entiendo qué puede ver ahí…”. Pero esta segunda persona más adelante se quedó paralizada, como abducida ante un grandioso paisaje realista. Era de tal belleza, que impresionaba y a ella consiguió emocionarla. Al poco pasó la primera persona secándose las lágrimas que todavía levemente le brotaban y no hizo ni caso ante semejante obra, nada parecía decirle.

El arte te tiene que emocionar, ese es el objetivo principal, pero no a todos emociona de igual manera. Como dice el escritor Henry James: “En el arte, el sentimiento es el significado”, por eso cada obra de arte emociona de diferente manera al que la admira y según lo que sentimos significará una cosa u otra.

El arte se ha expandido tanto como se ha diversificado la sociedad, no hay límites, no hay asideros, pero a la vez todo puede ser un agarradero. No hay conceptos, normas, reglas, ideas, a modo de paredes que contengan la arquitectura para crear arte, tan solo hay claves para comprenderlo. Porque el arte se ha democratizado de tal manera que ha muerto como lo entendíamos, como siempre lo ha entendido la Academia, los que marcaban las líneas oficialistas de qué era o no era arte. Estamos en un momento que lo que para unos es sin duda arte y del bueno, para otros es una expresión obsoleta y aburrida. Lo que para unos es lo último, lo transgresor, lo más de lo más, a otros no les dice nada, es expresión vacía, es puro envoltorio.

Y así podríamos seguir, ya no hay respuestas únicas, ya no hay capacidad de dar una respuesta válida contundente, porque las preguntas se han multiplicado exponencialmente. Ya no hay una sola línea, porque el gusto es el de cada persona y ¿quién me va a decir a mí lo que me tiene que gustar y lo que tengo que rechazar? Me podrán aconsejar, recomendar lo que a ellos les gusta, y así surgen multitud de páginas de influencer, de “expertos” que intentan vendernos sus gustos. Ya dependerá de que coincidamos con ellos para seguirlos o rechazarlos.

Esta es la maravilla de estos tiempos actuales, podemos elegir lo que queramos, podemos expresarnos como queramos, la libertad en este sentido es prácticamente total. Otra cuestión es que lo que hagas tenga eco más allá de tu entorno, porque es muy probable que les guste a muy pocos. Esta es la tragedia para los artistas en estos tiempos actuales, que podemos crear lo que queremos pero poca gente nos ve y nos lo aprecia, porque los gustos de los demás son distintos a los de uno.

Entonces, ¿cuál es el gozo de crear en esta situación tan cambiante, tan inestable, tan solitaria? Que lo que hagas guste a alguien y ese alguien se emocione con tu obra, entonces es cuando llegas al éxtasis creativo.

Detrás de todo esto, ¿cuál es el problema al que nos enfrentamos los y las artistas? A que la gente no necesite nuestro arte, que no lleguemos a los demás, que la gente se refugie en lo hecho, en los artistas consagrados, en los clásicos, y que vaya a los museos para emocionarse allí. Por eso, acertadamente Echarri y Urpí cierran el libro con la última clave que habla de que la obra de arte te interpela y hasta te puede emocionar. Y para conseguirlo Rosa Montero en su libro Instrucciones para salvar el mundo nos da la mejor de las recomendaciones: “La belleza suele facilitar las emociones”. Y la belleza es la gran olvidada de una parte importante del arte contemporáneo. l