En las noches electorales de la posdemocracia actual, todos los partidos son pardos y vencedores, independientemente de unos resultados que no representan un binomio causal entre cantidad y efectividad. Por ejemplo, con la mayor cantidad de escaños, el PP ha ganado las elecciones sin poder gobernar al carecer de apoyos, vaya victoria. El bloque progresista dice haber vencido por lograr más asientos que la suma de la derecha extrema y la extrema derecha, aunque para que Pedro Sánchez se mantenga en la Moncloa debe transitar un endiablado desierto de acuerdos con las periferias. El PNV afirma haber cumplido su objetivo, pese a la evidente la tendencia a la baja en votos y porcentaje desde 2020 y de haber perdido un escaño en la cámara baja y cinco senadores. Más son los que ha perdido Sumar con respecto a Unidas Podemos, otros que aseguran haber ganado porque lo ha hecho la democracia, obviando que las derechas reaccionarias –el fascismo, si quieren– han logrado doce millones de votos. Junts sale victorioso porque de su abstención depende la gobernabilidad, siendo, eso sí, cuarta fuerza en una Catalunya en el que el independentismo sólo representa 14 de 48 escaños. A excepción de los de siempre, todos ganan, hasta las empresas demoscópicas que volverán a ser contratadas en la eventual repetición electoral.
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