La problemática medioambiental es un tema muy tenido en cuenta en la actualidad. La gente sale a la calle para llamar la atención de aquellas personas que todavía no se han comprometido con la importancia del reciclaje; en las noticias aparecen diariamente titulares sobre el calentamiento global; y así sucesivamente. Es una obviedad que todos somos conscientes de lo que está ocurriendo, pero a veces la lejanía del conflicto también nos aleja de preocuparnos por este asunto. Sin embargo, el covid-19 o el impacto de los conflictos bélicos sobre el medio ambiente nos han demostrado que hay circunstancias para las que no existen fronteras. Vivimos en la época de la globalización, en la que todos los conflictos armados están desarrollados dentro de un contexto social, político y cultural. Precisamente, es la propia globalización la que nos muestra la conexión entre hechos tan lejanos y distintos en el mismo momento.

Desde el año 1972, gracias a Olof Palme, el primer ministro de Suecia, tenemos un término que recoge las consecuencias negativas de los conflictos bélicos al medio ambiente: el ecocidio. 

Richard Anderson Falk presentó en una convención Internacional el delito de ecocidio entendido como un crimen de actos específicos, entre los que destacan el uso de herbicidas químicos para deforestar bosques naturales con fines militares y el uso de maquinaria excavadora para destruir grandes extensiones. El término ecocidio fue usado por primera vez tras los hechos ocurridos en Vietnam, debido a que todo el mundo fue testigo de las consecuencias bélicas que sufrió el medio ambiente durante y después de la guerra. El ecocidio todavía no está sometido a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional en su reconocimiento como delito, por lo que la fundación Stop Ecocidio elaboró una propuesta para incluirlo en el estatuto de Roma de 1998. El derecho internacional tiene por objeto proteger el medio ambiente y criminalizar los graves, extensos y duraderos daños ocasionados sobre el entorno natural, ya sea por la forma en la que se lleva a cabo la guerra o por el uso de determinados medios. No obstante, nos enfrentamos a un problema ante el que no todo el mundo sigue las reglas y normas establecidas por las que, se supone, mandan.

Podemos presenciar en directo el impacto negativo de la guerra de Ucrania al medio ambiente, que se suma a la amenaza del calentamiento global desde hace más de un año. Las armas rusas no sólo están dañando al pueblo ucraniano y los recursos naturales del país, sino que perjudican también notablemente al ecosistema y al clima del planeta. Entre los ecocidios presentes en Ucrania en la actualidad, destacamos que el 20% de las zonas naturales protegidas se han visto afectadas por el ataque ruso y ahora no pueden cumplir sus funciones de garantizar la conservación de especies raras. Además, algunas reservas y parques nacionales están al borde de una crisis humanitaria. Entre los daños más destacables está el movimiento de equipos militares, las explosiones de proyectiles, misiles y otras armas, y la construcción de fortificaciones.

Tras los conflictos bélicos han aparecido nuevas fracciones de residuos. Estos residuos son significativamente diferentes a los de la construcción ya que contienen muebles, electrodomésticos e incluso restos humanos y otros seres vivos. Clasificar los desechos militares llevará mucho tiempo y necesitará de la participación de un alto número de personas, pues se trata de un trabajo, literalmente, manual. El problema es que hasta que no pare la destrucción no se tendrá una idea clara del proceso de retirada y clasificación de residuos, bien sea para su eliminación o su reciclaje. La influencia negativa en la salud es inminente. El mayor impacto negativo es el agotamiento mental de la población y un aumento significativo de los trastornos psíquicos, así como un aumento de la incidencia de enfermedades graves. Hay factores específicos que afectan negativamente a la salud de la población y que son característicos de determinadas regiones del país. Por ejemplo, en aquellas regiones con conflictos y hostilidades activas, se vive bajo un estrés ininterrumpido debido a los bombardeos y a la exposición frecuente a ataques aéreos. Por otro lado, en los territorios ocupados, viven con el miedo constante a las acciones represivas de los soldados ocupantes y a la capacidad limitada de desplazarse si fuese necesario.

Poco se habla de que el impacto negativo se produce no sólo durante la acción militar, sino mucho antes de que ocurra. La construcción y mantenimiento de las fuerzas militares consume una enorme cantidad de recursos. Pueden ser metales comunes u otros elementos, agua o hidrocarburos, lo que conlleva preparar y extraer nuevos recursos para la guerra. Cualquier transporte que los militares pueden usar (vehículos militares, aviones o barcos) requiere energía, y la mayoría de las veces esta energía son combustibles. Los efectos de la guerra pueden apreciarse al instante, así como a largo plazo. Según el tipo de ataque, terrestre, aéreo o marítimo, pueden observarse determinados fenómenos como incendios, aire o agua contaminados, etc. Se invierte una enorme cantidad de recursos económicos en el desarrollo de tecnología militar, que necesariamente debe probarse en un terreno específico, el cual es contaminado y removido. En cuanto al reciclaje, por muchas leyes existentes en la práctica no se deshacen de la basura militar de manera correcta, lo que provoca un daño al ecosistema del planeta. Las previsiones de las consecuencias medioambientales del conflicto en Ucrania es una cosa exclusivamente subjetiva y no se puede evaluar adecuadamente mientras que no se termine, pero todo apunta a que serán catastróficas.