En medio de la avalancha de declaraciones, acusaciones, promesas y demás zarandajas que son, ya que inevitables, parte del paisaje de la campaña electoral, es cierto que otras noticias quedan más perdidas o con menos foco en los medios y en las redes. Las que tienen que ver con el clima, por ejemplo. El pasado 17 de mayo la Organización Meteorológica Mundial (OMM) presentó los últimos datos actualizados sobre las temperaturas que nos esperan a lo largo de esta década. Son pronósticos, y aquí los habituales despreocupados pueden dejar de leer porque se toman estas predicciones científicas como si fueran consejas de la bruja Lola. Por más que les expliquemos que los modelos son extremadamente cuidadosos y que se aplican con todos los criterios científicos, se ha puesto de moda cierto negacionismo (especialmente en las derechas) que minimiza o diluye la gravedad de la crisis climática. Por otro lado, se ha comprobado también que quienes traducen estos informes científicos en consecuencias previsibles, en riesgos cada vez más probables y peligrosos, somos acusados de ser catastrofistas o de ser incapaces de ver los brotes verdes del asunto. A Casandra nunca la quisieron. Y así seguimos porque al final nadie asume su responsabilidad en el tema ni se decide a actuar rápidamente solamente porque aún podemos hacerlo.

El informe de la OMM decía, por cierto, que probablemente en los próximos cinco años la temperatura superficial de la tierra superará los 1,5 grados de los acuerdos de París. Y que es casi seguro que uno de estos años de aquí a 2027 sea el más cálido de la historia. Sequías, lluvias y fenómenos meteorológicos extremos que trae ese calentamiento que ya complica la economía y la vida de los más vulnerables. Pero podemos seguir pidiendo tiempo muerto o moratorias como si eso fuera a servir de algo.