Entre 2007 y 2013, durante la crisis financiera y la recesión subsiguiente, se perdieron en España 3,6 millones de empleos La recuperación permitió que entre 2014 y 2019 se crearan 2,5 millones empleos. Después, la crisis de la pandemia se supo manejar por parte del Gobierno con cierta maestría, pues entre 2020 y 2021 el empleo se redujo sólo en unos 300 mil ocupados, que en 2022 fueron absorbidos por un crecimiento de 600 mil ocupados.

Vistos estos datos en una perspectiva de largo plazo, quince años después, la economía española no ha recuperado el nivel de ocupación que había en el momento del estallido de la crisis, pues hoy contamos con medio millón de ocupados menos, pero sobre todo con 850 mil puestos de trabajo menos, lo cual significa que una parte significativa del empleo creado desde entonces ha sido a tiempo parcial.

De modo que el empleo sube y baja, según la coyuntura económica, pero suele ocurrir que cuando baja, baja mucho, y cuando se recupera, crece a base de repartir los puestos de trabajo entre varios ocupados.

Más con menos

Hay aquí un problema estructural que requeriría más atención que simplemente la que se presta a las cifras de la coyuntura, cuando los políticos y los medios revisan las últimas cifras de la encuesta de población activa. Porque en estos quince años la población ha crecido en 2,2 millones de personas, es decir, hay dos millones más de bocas que alimentar, pero con medio millón menos de personas produciendo lo que llevarse a la boca (o al bolsillo).

Todavía más importante es analizar el tipo de empleo que se crea (y el que no se crea) para determinar la capacidad que tiene la sociedad de los ocupados para “alimentar” a la sociedad de los no ocupados y los desocupados. Durante la recuperación económica de 2014-2019, se crearon 207 mil empleos en tareas administrativas, 175 mil empleos de camareros, 140 cuidadores en servicios de salud y domésticos, 125 mil de peones y albañiles, 114 mil de comerciales y 112 de chóferes de coches y camiones. Entre 75 y 100 empleos se crearon en actividades propias de trabajadores de la limpieza, peones de transporte y reponedores de supermercado.., y técnicos de tecnologías de la información y la comunicación. La suma de obreros especializados en manejo de maquinaria, ingenieros especialistas en ciencias físicas y matemáticas o profesionales de las tecnologías de la información y la comunicación suman 211 nuevos ocupados. Mucho valor añadido no parece tener el nuevo empleo. Eso sí, gracias al estado, bien como empleados públicos o mediante conciertos, se pudieron contratar 165 mil profesionales de la salud y 130 mil profesores. Si no fuera por la “interferencia” del Estado en la ocupación, los empleos de alto valor añadido serían una parte escasísima del nuevo empleo.

La tendencia no cambia en los años más recientes, porque de los 600 nuevos empleos entre 2019 y 2022, solamente 160 mil son de técnicos superiores, y de ellos, 100 mil de profesores y personal de la salud. Y aunque en esos años de pandemia se perdieron casi 100 puestos de camareros y similares, lo cierto es que cualquier persona que busque un empleo tiene más posibilidades de encontrarlo si busca en las ofertas de chóferes, camareros y dependientes en tiendas y almacenes, cuidadores o personal de limpieza, ocupaciones que dan trabajo a más de 3,6 millones de los 20,4 millones de ocupados a finales del año pasado. Claro que si tiene estudios, el parado que quiere dejar de serlo puede intentar colocarse en una bolsa de trabajo u opositar a profesor o en su caso a profesional de la salud, con 1,8 millones de ocupados. Y si tampoco, pues intentar colocarse en alguna empresa o ministerio como personal administrativo (1,2 millones de ocupados). El resto de las ocupaciones con más de medio millón de ocupados en las que se puede buscar un empleo, son las de comercial, segurata, albañiles… Los 480 ocupados en tareas de operadores de máquinas y los 606 en ciencia, tecnología e ingeniería se diluyen en este mar de empleos de bajo valor añadido.

Es evidente que este panorama empresarial es el resultado de varias décadas de dejación de responsabilidades por parte de los gobiernos del estado. La cada vez más debilitada política industrial vasca poco puede hacer más que intentar sobrevivir a duras penas en un panorama en el que predomina el dejar hacer, dejar pasar, y que “el mercado” decida, o aquella ignominia de que “la mejor política industrial es la que no existe”. Tampoco parece que el actual Gobierno español lo tenga muy claro, porque aparte de una que otra inversión de relumbrón-como la prometida por Volkswagen en materia de baterías… veremos-, se ha ido a pedir consejo a… ¡Blackrock, Soros y Bloomberg! (Bueno, a Netflix también, por aquello de mantener a los siempre fieles amigos del corral de las comedias).

Desequilibrio

Uno de los problemas para recuperar actividades productivas capaces de crear suficiente valor añadido para sostener una población de 50 millones de habitantes con apenas 20 millones de ocupados es que los recursos privados disponibles para inversiones de gran caldo están en manos de fondos de inversión que han orientado todo el mercado a la ganancia rápida y elevada, cuando muchas inversiones productivas tienen periodos de maduración largos hasta que empiezan a rendir beneficios, y en consecuencia no se llevan a cabo por falta de fondos –salvo que sean el proyecto de un multimillonario visionario y desquiciado, que decide por ejemplo apostar una parte importante de su fortuna a competir con la Nasa, la Esa o Roscosmos, cosa que no hacen ni Soros, que prefiere dedicar una parte pequeña de su fortuna a influir políticamente en el gobierno del mundo, pero no a financiar inversiones productivas de largo plazo, y mucho menos, BlackRock o sus congéneres que sólo buscan maximizar rendimientos financieros y allí se las den todas.

Siempre nos queda el Estado. Siempre ha sido el Estado el que se ha embarcado en los proyectos económicos de mayor riesgo pero también calculando no sólo el rendimiento económico, sino también el social, en empresas que van desde la financiación de la expedición de Colón hacia el oeste de la Península, la creación de los bancos centrales (salvo el primero, el de Inglaterra, de origen privado y que continuó siendo tal hasta su nacionalización al finalizar la II Guerra Mundial) o la creación de las primeras empresas de ferrocarriles, de energía eléctrica, de teléfonos o de aviación, como en España durante la Dictadura (la de Primo de Rivera, no la otra). ¿Siempre nos queda…? Pues va a ser que tampoco, porque el nivel de deuda pública, generada no para financiar armadas invencibles, sino para alimentar un sistema bancario obsoleto, y que continuó creciendo para compensar los estragos económicos de la pandemia, impide que incluso con la mejor voluntad y resistencia frente a los embates de los ideólogos mercantilistas y ultraliberales de la Comisión Europea –voluntad y resistencia que no se ven por ninguna parte- el Estado, con su dependencia actual de los banqueros y los inversores financieros, pueda generar una política de fomento de largo alcance. Así que ya saben: a conformarse con las migajas industriales que nos conceda Alemania (o el nuevo amigo americano) y por lo demás, a entrenarse en preparar daikiris y mojitos, para algún supercurro de verano.

Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV