No voy a negar que también a mí –experto en nada y mero observador de todo– me genera dudas la escasa imaginación con la que los bancos centrales de medio mundo han decidido que van a poner freno a la inflación: encarecer el precio del dinero. Lo digo porque a nadie he escuchado que la crisis de precios que vivimos en Europa, fundamentalmente, tenga que ver con un exceso de demanda que haya que desincentivar. De hecho, llevamos ya más de seis meses escuchando que hay un parón en la demanda y que esta no es el factor que dispara los precios, más ligados a la energía o la irregularidad de los suministros por la incertidumbre global que provocan las tensiones geopolíticas. Todo este rollo para resumir que, si el exceso de demanda no está en el origen del problema, no acabo de ver que reducir la capacidad adquisitiva para que sea esta la que fuerce la contención de precios vaya a ser una solución inmediata. Pero, dicho esto, también diré que el fiel de la balanza de nuestra tranquilidad no puede estar en la Bolsa. Los mercados especulativos ya han provocado más de una crisis de la economía productiva y ahora no me hacen derramar una lágrima por el castigo a la banca. El desplome de sus cotizaciones en las últimas semanas sigue siendo el modo en que muchos inversores están ganando dinero. Los seis bancos del Ibex-35, por ejemplo, siguen revalorizados sobre la posición en la que comenzaron este año del que no se han consumido aún tres meses. Quien vende hoy a la baja sus acciones de esos valores tiene una importante ganancia sobre lo que tenía en noviembre, por poner el caso. Los que no están ganando son quienes tienen que revisar hipotecas, vender sus productos desde el sector primario y, en general, hacer la compra hoy con el mismo ingreso que hace tres meses. Así que menos temblar por los índices bursátiles, que llueven sobre mojado, y más activar medidas que permitan que la economía productiva, la que crea empleo y bienestar, tenga, esa sí, la liquidez para invertir y pagar sueldos.