desde el momento en el que Pantomima Full le dedicó un vídeo, era inevitable que el modelo de trabajo en las Big Four terminara siendo noticia. El sketch abordaba mediante la sátira una realidad conocida: jornadas maratonianas, expectativas ambiciosas, edificios altos y anglicismos, muchos anglicismos. Es la primera de ellas la que ha ocupado el debate público esta semana a raíz de que el Ministerio de Trabajo haya ordenado una inspección laboral en las cuatro compañías que copan el sector de la auditoría y consultoría. Vaya por delante el apoyo a cualquier inspección; las normas están para algo y la forma de garantizar su cumplimiento es controlando y, si es necesario, sancionando a quienes las infringen.

Pero si queremos tener un debate serio sobre este asunto, debemos ser honestos y reconocer que estas empresas son el principal empleador de los recién salidos de la universidad. Mientras otras rehúyen de este perfil de personas por su falta de experiencia, las Big Four apuestan por ellas, las contratan, les financian un máster y les dan la oportunidad de promocionar y alcanzar salarios realmente altos. Obviamente, no lo hacen por caridad, pero el hecho de que tengan un interés propio no resta valor al hecho de que se hayan convertido en la cantera de los profesionales del sector. Cantera de la que otras compañías se terminan aprovechando no muchos años después. Desde luego, la alta exigencia y la dura competencia en este tipo de empresas no es con lo que sueñan los estudiantes de carreras como Derecho o ADE, pero ¿cuál es la alternativa? La estadística demuestra que principalmente dos: una, acceder a un pequeño despacho en el que es más difícil entrar, especialmente para quien carece de contactos, y donde, generalmente, las condiciones no son mejores. La otra, opositar, algo que exige tanta dedicación como sustento económico. Las Big Four no son el paraíso, está claro; pero en la práctica se han convertido en el mejor exponente de eso a lo que llamamos “ascensor social”.