Me asustó la radio: el nuevo obispo de San Sebastián se apellidaba Ayuso y venía de Madrid. Mayores sorpresas ha dado la Iglesia de Roma. Pensé con buena fe: será una maniobra para que los más recalcitrantes se avengan a aceptar el sacerdocio femenino. Pero no. Se trata de un hombre y vestido de negro. Dicen que es persona cabal y de amplio criterio. Le hará falta serlo. Que la palabra Evangelio significa Buena noticia está muy olvidado. También entre muchos que se consideran fieles de la Iglesia.

De Madrid también han venido otras noticias: José Barrionuevo ha reconocido, con cierta chulería, algunas de la perrerías que realizó con el GAL. Con ese motivo hemos vuelto a ver imágenes de Felipe González ante la puerta de la cárcel abrazando a su querido ministro y a Rafael Vera. No es extraño que Feijóo quiera olvidar la Guerra del 36, cuando otros han olvidado la de hace 30 años. Los dos amiguetes de González fueron condenados a diez años de prisión y cumplieron tres meses. Pero a los presos de ETA a los que se concede el tercer grado por haber cumplido las tres cuartas partes de la condena, se les hace volver al agujero porque, dicen, no se han arrepentido suficientemente. Igualito que a Barrionuevo.

Si viviéramos en otra época, podrían hacer santo al exministro, al estilo de Fernando El Católico. Mezclar política y religión es uso antiguo en España. Se le da sentido religioso a la unidad del Estado, una cuestión propiamente de organización administrativa. Algunos lemas estúpidos y peligrosos como “Mejor una España roja que rota”, “España es una unidad de destino en lo universal ”... se injertaron en los genes de la población por medio de las escuelas nacionales, la propaganda y los púlpitos. Por eso, la eliminación del delito de sedición del Código Penal ha calentado tantas emociones y pensamientos. Los seguidores de el Generalísimo están todavía vivitos y coleando en la monarquía hispana y no pierden oportunidad para machacar en lo suyo.

Tampoco es un fenómeno exclusivamente hispano: en Brasil, Bolsonaro casi gana las elecciones a Lula, con sus seguidores rezando de rodillas en las calles. Y Trump, preparado para seguir haciendo trampas, no para de apelar a las Santas Escrituras. En Italia, la señora Kaskameloni grita que una de sus señas de identidad es ser “cristiana”. Te-rri-ble, en especial para los cristianos. En Gran Bretaña, un joven ha arrojado unos huevos al recién estrenado rey Carlos III. La condena ha sido ejemplar: le han prohibido llevar huevos por la calle. Vale para chistes. En España, la excepción ibérica no se refiere solo al precio de la energía. Juan Carlos, el rey emérito, emérito pero rey, se pasea por aquí y allá bendecido por todos los hisopos. Se le ocurrió acercarse a Galicia para ganar una regata de vela (solo a participar no viene) y la comparsa le aplaudió fervientemente. Si al rey fugado alguien le arrojara huevos, ¿qué propondrían su devotos defensores? ¡A la horca, a la horca! Yo exclamaría: ¡El chorizo liga bien con los huevos! El 11 de noviembre era costumbre en nuestros caseríos matar al cerdo y en las tabernas de mi barrio regalar pinchos de morcilla. Este pasado San Martín un amigo vecino preguntó a un camarero si los tenían (pensando en pagarlos, claro) y aquel le miró con sorna: ¿De dónde ha salido este? Otra tradición que se pierde.

No se me olvida que el día 20 de noviembre es el 47ª aniversario de la muerte del dictador que nos obligó a tragar con la monarquía. Podríamos ir pensando en crear una nueva tradición: que sea la fecha en que decidamos librarnos de ella. Con huevos, seguramente harán falta, o sin ellos. Fernando Prado Ayuso, bienvenido. Ayúdanos a practicar lo de “Al César, lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Amén.