Hoy que todavía seguimos desacompasados por esa hora extra del fin de semana reflexionábamos sobre el uso del tiempo, cómo nos vamos ocupando la vida día a día estableciendo pautas que nos cuesta mover. Somos seres rutinarios, de hecho cuando niño pensaba que era cosa que los adultos se empeñaban en meternos sí o sí. No es que me costara levantarme de la cama por ser especialmente holgazán, simplemente sabía que esa rutina de ir a clase me iba a cambiar la vida. Ahora cuando veo a los más peques llegar a sus centros de infantil a su aire, sé que tampoco alcanzaba a comprender la dimensión de la cosa, no podría imaginar aún me quedaban 20 años de ser alumno, día a día durante diez meses. Conforme crecíamos se iban incorporando a nuestra vida nuevas rutinas que nos habrían de acompañar siempre, o algo así. Si lo piensas era un poco como drama griego, infalible y guiado por dioses más allá de nuestra razón. Con el tiempo también veíamos que los más jóvenes eran más desordenados (ya saben esa manía de quienes tenemos más edad). Ser adulto es hacerse rutinario.

Pero, ¿no tienen la sensación de que cada vez somos más rutinarios? Se ha analizado la dinámica de nuestro estilo de vida, comprobando que sí, que desde los años 60 un individuo realiza menos actividades diariamente y de estas son más las rutinarias. Curiosamente estos datos no se recogen en las encuestas de población en muchos países, como el nuestro, por lo que dependemos de los estudios con información de Estados Unidos o Reino Unido. Sin duda, ese índice de rutina diaria será diferente en el mundo pobre, evolucionará acaso de otra manera. ¿Y qué pasará el día en que toda la rutina nos gane, la automaticemos, y entonces no tengamos nada que hacer? No creo que lleguemos a tanto, pero mejor estar avisados.