Mis amigos han pasado el fin de semana en León. Y no he ido. No porque no haya podido o porque ellos hayan preferido irse sin mí, simplemente he decidido no ir. Y me hubiera encantado hacerlo. De hecho, hay pocos planes mejores, o más apetecibles, que pasar un fin de semana con amigos en una ciudad desconocida para mí (o conocida, el destino en realidad es lo de menos), mientras me saco la foto de rigor delante de la catedral de turno y voy directo a disfrutar del ocio, de la gastronomía local y, especialmente, de la buena compañía.

Si he decidido no acudir a este viaje ha sido, básicamente, por una razón: juego a fútbol en un equipo, el Alipendi. Y es que formar parte de un grupo requiere un compromiso. Una responsabilidad que se asume cuando empieza la temporada allá por el mes de agosto y dura, o debería hacerlo, hasta que ésta termina la última semana de mayo. Es un compromiso que muchas veces exige renunciar a cosas que apetece hacer. Y el fútbol, en este caso, es simplemente el reflejo de un valor necesario en prácticamente todas las facetas de la vida. Saber decir no, incluso cuando te apetece decir sí. Tener un sentido del deber, de la responsabilidad; saber priorizar. Porque la vida, en definitiva, consiste en eso. En ser capaz de ordenar nuestras prioridades.

Lo mismo ocurre con la política o, mejor dicho, con la buena política. Lo veremos con los presupuestos en Euskadi. Habrá grupos que coparán titulares de prensa mientras proponen partidas que suenan muy atractivas pero que son imposibles de materializar. Lo son porque en la práctica exigen dejar de invertir en servicios realmente necesarios e implican destinar a otras cosas unos recursos que, desafortunadamente, son finitos. Por el contrario, habrá quien haga imperar el sentido común y el rigor y dirá que no a riesgo de resultar impopular. Pero gobernar para garantizar el bienestar de la ciudadanía exige cuadrar las cuentas, priorizar y, sobre todo, saber decir no cuando te gustaría decir sí.