egún el último Sociómetro de Gipuzkoa que se presentó hace unos días, el 82% de los guipuzcoanos no confía en la política. En la franja de edad en la que me encuentro, entre 30 y 45 años, el dato es aún peor, llegando al 91%. O lo que es lo mismo, que somos cuatro gatos los que sí creemos en ella. Unos rara avis que no por ello estamos en lo cierto. Al contrario. Si tantas personas no confían en la política, es lógico pensar que algo pasa. La desconfianza hace ya muchos años que echó raíz en las democracias occidentales y es que razones, haberlas haylas. Si vivir en sociedad se basa en la confianza, la política, como el arte de ordenar los asuntos que compartimos, más aún. Por ello, un nivel tan alto de desconfianza es un chivato bien rojo que está encendido en el salpicadero de nuestro sistema político pidiendo un arreglo cuanto antes.

Pero, ¿por qué confío en la política? En mi ingenuidad, lo hago por tres razones. Primero porque ¿cuál es la alternativa? ¿la dictadura? o ¿el populismo de los que como caballo de Troya quieren socavar el sistema desde dentro? En segundo lugar, porque el bienestar conseguido ha sido gracias al esfuerzo de la gente. No hay duda. Pero parece justo reconocer también el papel de las instituciones. Robándole a Perurena su frase en el anuncio diría que la política parece que funciona. Y tercero, porque gran parte del recelo viene de ver a los políticos como corruptos o corruptibles, con privilegios y sueldazos por no dar un palo al agua. Será que yo conozco a alcaldes, de todos los colores, que lo son 24 horas/365 días; o a concejales que salen de su curro para ir a un Pleno; o a cargos que roban horas a su familia para acudir a reuniones. Ellos y ellas, con excepciones como en todo, son la política real de Gipuzkoa y, aunque no comparta siempre sus ideas, siguen siendo merecedores de mi confianza. l