autivo, cautivo, seré, bueno, solo un par de años y si cabe llamar cautividad a una estancia en una villa de 1.000 metros cuadrados, 4.000 de parcela, que en el mercado cuesta 25.000 euros la noche, atendido en todo momento por cinco españoles, tres escoltas y dos ayudantes de cámara, más un fisioterapeuta, un entrenador personal y un médico locales. Dado que la choza cuenta, según Vozpópuli, sección Dolcevita, dónde si no, con seis dormitorios, siete baños, sí, más tazas que camas, enormes cristaleras con vistas al mar, futbolín, mesa de billar, sala de cine para dieciocho espectadores, la obvia reacción es preguntar lo de Pla ante los rascacielos neoyorquinos - "Y todo esto... ¿quién lo paga?", o al menos lanzar aquel lamento del poema de Manuel Rivas, con el Empire State en la televisión: "¡Pobre da que teña que fregar todo iso!". Eso es vivir a todo trapo, a todo trapo ajeno. Y llegados aquí hay que admitir que, en algo, sí, se asemeja ese exilio a una prisión: en que al rey, pero sigue siendo el rey, le ha salido gratis.

Vivimos en un sitio donde, por si lo anterior es poca cosa, encima se considera chascarrillo que el caballero le ponga a su amante tres décadas más joven una casita en el mismísimo jardín de su mujer, y que le regale, además de dos palacetes, 65 millones de euros -si no amante, me conformo con ser amigo invisible de un tipo tan dadivoso-, panoja que, a su vez, se la ha soltado bajo manga un sátrapa saudí, de quien, ya que estamos, también quiero ser amigo invisible. Pero vamos, que no pasa nada, que el problema de esto es de quien lo denuncia, ya lo oigo: ¡demagogo! l