la subida de la electricidad, el gas, la gasolina y hasta la comida se ha sumado ahora el teléfono. Mi factura se ha duplicado de un mes para otro, no sé si porque alguien ha decidido que el coste del gas, la falta de aceite de girasol o las guerras de Putin afectan muchísimo a la tarifa plana de Internet o a los minutos que me sobran de la tarifa plana del móvil. Extrañado porque la cosa se repite al mes siguiente (soy un ingenuo que piensa que algunos problemas se resuelven solos) llamo al servicio de atención al cliente y una encantadora telefonista me aclara que han subido mi factura porque ya no tengo oferta y que si la renuevo me pueden hacer un descuento que se aleja muchísimo de la tarifa que publicitan a todas horas en todas partes y también de la que yo mismo tenía antes con ellos que con menos cosas era bastante más cara. Así que después de subir unilateralmente mi tarifa a la estratosfera me ofrece una nueva rebaja ridícula y se sorprende de que no acepte el chantaje. Mi delito, me cuenta, es que soy un cliente con varios lustros de fidelidad que nunca ha tenido un impago ni un retraso en el pago de las facturas ni ha presentado nunca una queja. Le digo, claro, que ha sido un placer todo este tiempo y que mucha suerte en lo suyo, pero que yo me largo.