or si acaso, advierto al lector que vengo reincidente. Que navego otra vez a contracorriente, sabiendo que estas líneas producirán alguna urticaria, incluso entre gente cercana. Pero ya aclaré hace algún tiempo que no asomo por aquí los jueves a realizar faenas de aliño, a exhibir ningún cómodo postureo, a ser el quedabien de la cuadrilla. Qué se le va a hacer, a veces es mejor levantar ampollas que asentimientos cargados de hipocresía; más provechoso provocar el debate que el aplauso fácil.

Resulta que, como en otras ciudades, el alcalde Gorka Urtaran decidió la semana pasada retirar la publicidad instalada en algunas marquesinas de Gasteiz, en la que se instaba a rezar frente a clínicas abortivas. Se basó para ello en un informe de Emakunde con cuyo análisis se puede estar de acuerdo, pero no por ello compartir la petición de retirada de la citada campaña. En el fondo nos encontramos ante la eterna discusión sobre los límites de la libertad de expresión. Y queda en evidencia una vez más lo selectivos que somos en la cuestión: la tolerancia sin límites que reivindicamos para las actuaciones de los propios, frente a la intransigencia censora que exhibimos ante las ajenas. Por muy disparatadas que sean todas ellas.

Celebrábamos hace un mes la victoria judicial de Valtònyc en Bélgica ante la petición de extradición realizada por España. Ante su persecución, llevamos mucho tiempo solidarizándonos con el rapero mallorquín, quien, no lo olvidemos, ha deseado muertes, secuestros y sillas de ruedas a muchas personas y ha hablado en sus creaciones con naturalidad absoluta de utilizar Goma-2, kalashnikovs, zulos y demás. Que muchos de los que claman -con razón- por la libertad para soltar tales perlas pidan a su vez la prohibición de una campaña de una asociación ultra que dice ser genial rezar ante las clínicas abortivas, resulta cuando menos raro. Reconozco que a mí no me cuadra.