omo saben los lectores que siguen con interés lo que ocurre en Estados Unidos, en particular en el ámbito político, las elecciones al Congreso estadounidense tienen lugar cada dos años. La Cámara de Representantes renueva todos sus escaños cada dos años. En el caso del Senado, los escaños se mantienen durante seis años y cada dos se renueva un tercio de la Cámara.

Así pues, la actual (y muy ajustada) mayoría demócrata en ambas Cámaras puede terminar en noviembre de 2022. Joe Biden debe sacar adelante todos los proyectos de que sea capaz antes de esa fecha. Recordemos que la situación del recién elegido presidente Obama era similar al inicio de su presidencia en enero de 2009. En noviembre de 2010 los republicanos ganaron la mayoría en ambas Cámaras y la mantuvieron hasta el final del segundo mandato de Obama. La capacidad de acción presidencial, en un contexto de polarización extrema, quedó reducida muy significativamente.

A esta frecuente división de poder en Washington DC debemos sumar la pronunciada descentralización política en la república federal estadounidense. El presidente solo tiene atribuciones completas y exclusivas en política fiscal, defensa y política exterior (las dos últimas denominadas conjuntamente National Security), aunque puede controlar cualquier área de gobierno mediante sus Executive Orders. Por ello es razonable afirmar que, como he explicado en otras ocasiones, el poder real del presidente de Estados Unidos quizá no se corresponde con la simbología y el mito exacerbados que rodean ese cargo.

Es lógico que la fascinación por el inquilino de la Casa Blanca sea mayor fuera de Estados Unidos, donde quizá no hay necesidad de comprender de forma precisa cómo funcionan en la práctica los mecanismos del poder político estadounidense. Fuera del país tampoco se experimentan ni se perciben de forma directa y cotidiana las diferencias y contradicciones entre los límites constitucionales a la acción de gobierno del presidente y el impacto de su cargo y su soft power en la sociedad estadounidense.

En cualquier caso, Biden está ya organizando una agenda de trabajo que le permita conseguir una clara efectividad en los dos primeros años de su mandato. En inmigración, política exterior y cambio climático, Biden se apresura a poner en práctica sus ideas y a terminar con las políticas de Trump.

Las políticas antiinmigratorias de Trump (y de cualquier populista de ultraderecha) son francamente absurdas y malas para cualquier economía. Durante generaciones, los inmigrantes han fortalecido la ventaja competitiva más valiosa de Estados Unidos: el espíritu de innovación y el espíritu emprendedor. Los estudios sugieren que la contribución anual total de los trabajadores nacidos en el extranjero es de aproximadamente 2 billones de dólares, cerca de un 10% del PIB estadounidense en 2020. Los sectores clave de la economía estadounidense, desde la agricultura hasta la tecnología, dependen de la inmigración.

El proyecto de ley Biden sobre inmigración que debatirá el Congreso es el último de una serie de propuestas de inmigración que se están abriendo paso. El Gobierno de los Estados Unidos no ha aprobado una ley de ciudadanía importante desde 1986. La propuesta de Biden podría ser la más amplia desde la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965. Entre la variedad de políticas propuestas en la legislación se encuentra una vía de ocho años hacia la ciudadanía para los 11 millones de inmigrantes indocumentados del país, un proceso más corto para obtener un estatus legal para los trabajadores agrícolas y los beneficiarios del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, y nuevas medidas de cumplimiento con un despliegue de tecnología para patrullar la frontera. Es muy posible que el proyecto de ley sea dividido en partes con el fin de poder obtener un mayor apoyo entre los congresistas.

Por otro lado, la democracia estadounidense ha sido exhibida y examinada vívidamente por el mundo durante la totalidad de la presidencia de Trump. En los años venideros, el equilibrio global de valores democráticos y autoritarios será moldeado no solo por el liderazgo estadounidense en el exterior, sino especialmente por la capacidad de la administración Biden para arreglar la democracia estadounidense. Esto va a tener consecuencias directas en la efectividad estadounidense en política exterior.

Al adoptar un enfoque más multilateral, la administración Biden debería utilizar el comercio como un instrumento para reconstruir las relaciones con socios clave en todo el mundo. Las acciones de la administración entrante en relación con el proceso de selección para el próximo director general de la Organización Mundial del Comercio han sido una prueba inicial. A diferencia de la administración Trump, Biden trabajará más estrechamente con los aliados de Estados Unidos para enfrentar a China, pero la política comercial hacia China probablemente cambiará menos que hacia los socios más cercanos de Estados Unidos, como la UE.

En parte como reacción a una presidencia de Trump postoccidental, y en parte como respuesta a la agresión rusa y el ascenso de China, la idea de Occidente está regresando. Curiosamente, parece ser particularmente popular entre el equipo de política exterior de Joe Biden a pesar de lo que Michael Kimmage (autor de The Abandonment of the West) llamó su "bagaje racial, étnico, religioso y cultural". Queda por ver cuánto enfatiza la administración Biden la idea de Occidente. Algunos miembros de su equipo hablan de Occidente, pero otros han resucitado la idea del "mundo libre", otro concepto de la Guerra Fría pero basado en la ideología más que en la geografía o el desarrollo, y que también podría incluir democracias no occidentales como India. Del mismo modo, se habla mucho de una "comunidad de democracias".

Joe Biden ganó las elecciones con el plan climático más ambicioso jamás presentado por un candidato ganador, y tiene una variedad de herramientas ejecutivas a su disposición para encaminar al sector eléctrico hacia la descarbonización para 2035 y hacer que la economía de EE.UU. avance hacia emisiones netas cero para 2050. Sin embargo, lograr estos objetivos requiere medidas más estrictas: un precio del carbono para toda la economía, la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles, la inversión en tecnologías bajas en carbono, que a su vez necesitan la aprobación del Congreso.

Aunque las encuestas dicen que dos tercios de los estadounidenses quieren que su gobierno haga más con respecto a la amenaza climática, esto no impedirá que los republicanos luchen contra las políticas de huella de carbono cero a cada paso del camino. La diplomacia internacional ofrece un escenario más prometedor para que Biden consiga plasmar su ambición climática. Está dentro del poder del presidente devolver a Estados Unidos al Acuerdo de París, como ya se ha hecho, y presentar un compromiso de reducción de emisiones más ambicioso antes de la COP26.

Otros países darán una calurosa bienvenida al regreso de Estados Unidos al multilateralismo climático. Pero para "unir al resto del mundo para enfrentar la amenaza del cambio climático", como prometió Biden durante la campaña electoral, Estados Unidos necesita construir alianzas. El cambio climático es un área en la que Estados Unidos puede encontrar puntos en común con China, pero la continua rivalidad geopolítica enturbiará las aguas.

Un escenario más probable es una cooperación más estrecha con Europa, con conversaciones sobre un futuro "club climático" entre Estados Unidos y la UE basado en la fijación de precios y tarifas transatlánticas del carbono. La administración Biden se encontrará presionando a puertas abiertas en Bruselas si propone tal asociación, pero ¿puede implementar las duras políticas necesarias para hacer realidad la colaboración climática entre Estados Unidos y la UE? Biden está a punto de descubrir que el camino hacia un liderazgo internacional duradero sobre el cambio climático pasa por Capitol Hill.

US Fulbright Professional Ambassador, Senior Research Scholar MIT, Visiting Professor LSE