Seguramente no es la comparación más afortunada, pero si a alguien recuerda Puigdemont es, qué ironía, al Cid, el mítico guerrero español, por su capacidad de ganar batallas después de muerto. Tantas veces enterrado en vida y ahí sigue el expresident, irreductible pese a todas las maniobras para destruirlo. Ayer, en Perpiñán, en suelo catalán, Puigdemont reunió a miles y miles de personas en favor de la causa independentista, salvando los obstáculos que puso la policía española en la frontera, con fuertes controles para entorpecer el flujo de personas, y las presiones políticas a las autoridades francesas para que impidieran su mitin. Nadie mejor que Cayetana Álvarez de Toledo ha expresado la frustración que les causa la figura del líder soberanista, con esa carta que ha enviado al presidente de la Asamblea Nacional francesa y en la que le pide una declaración de repulsa. Es un texto cortado por el conocido patrón unionista, en el que la nación española representa el estado natural de las cosas y las aspiraciones de las naciones pequeñas son una "inmoralidad", y que destila un tufo anticomunitario al no respetar ni a la justicia europea ni a las resoluciones de su parlamento. Es la derecha a la que solo le preocupa Vox por los votos que le quita.